Un mar sin orillas

Los primeros pasos de la “obra de San Gabriel” (1928-1950)

Septiembre de 1940: san Josemaría bendice el matrimonio de Miguel Ortiz de Rivero, un joven que antes de la guerra había participado en las actividades de la Residencia DYA.

«Y lo mío, ¿cuándo?», preguntaba Tomás Alvira con insistencia entre 1939 y 19471. Para entonces, el Opus Dei había superado su primer decenio de historia, pero todavía no contaba con miembros casados. “Lo suyo”, en efecto, se hizo esperar. Sin embargo, a lo largo de aquellos años el joven profesor no defraudó la confianza que en él se había puesto: la certeza de que un día habría un sitio en aquella nueva institución de la Iglesia para quienes, como él, estaban llamados a santificarse en el matrimonio nunca le abandonó.

En 1928, cuando nació, el Opus Dei era solamente un sacerdote y su misión. En los años siguientes, a la vez que involucraba a otras personas, esa misión fue desplegándose poco a poco ante los ojos de su propio depositario. Este, en un primer momento, la había percibido con claridad, pero solo a grandes rasgos: pensando en la “Obra de Dios” rezaba, anotaba ideas en sus hojas de apuntes personales y trabajaba sacerdotalmente, pero aún no sabía bien, en aquellos inicios, cómo organizarla. En octubre de 1932, por inspiración que consideró divina, concretada durante unos días de retiro en Segovia, convirtió por fin la abigarrada actividad apostólica en la que hasta entonces había venido empleándose en tres ramas que confió a los tres arcángeles cuyos nombres figuran en la Biblia: la obra de San Miguel, dirigida a formar hombres y mujeres llamados al celibato apostólico; la obra de San Gabriel, dirigida a personas casadas o, en todo caso, ajenas a un compromiso de celibato; y la obra de San Rafael, dirigida a chicos y chicas jóvenes2.

Para entonces había ya en torno a la Obra algunos miembros célibes (por ejemplo, Isidoro Zorzano, ingeniero, que tenía 30 años), y también algunos jóvenes que no pertenecían al Opus Dei pero a los que el fundador dirigía y para los que enseguida, desde enero de 1933, iba a impartir unas clases o círculos de San Rafael con un preciso contenido formativo. Solo quedaba por activar, por tanto, la obra de San Gabriel. Pronto se puso también en marcha, pero todavía tendrían que pasar quince años hasta que la incorporación de personas casadas al Opus Dei ‒lo que Tomás Alvira llamaba «lo mío», consciente de que se trataba de una vocación divina‒ pudiera ser una realidad.

 

El planteamiento inicial

 

A diferencia de lo que ocurrió con la rama femenina, el 14 de febrero de 1930, que irrumpió en el Opus Dei de modo repentino, la cristalización de la figura de los supernumerarios fue un proceso lento de maduración hecho de tentativas, repliegues, dilaciones y, cuando se presentaba alguna ocasión oportuna, pasos adelante. La presencia de personas casadas en la Obra era algo previsto por el fundador desde mucho antes de que de hecho se produjera, y en esto hay cierta analogía con el caso de los sacerdotes: también para la adscripción de estos al Opus Dei había estado buscando san Josemaría una fórmula ya antes de 1943, fecha de fundación de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, pues había sentido muy pronto la necesidad de contar con clero proveniente de los laicos de la propia organización. Sin embargo, el proceso por el que finalmente una y otra aspiración se hicieron realidad fue distinto, pues si los supernumerarios no llegaron al Opus Dei hasta finales de los años cuarenta no parece que haya sido porque Escrivá estuviera esperando una luz fundacional sobre el modo de concretar esa novedad, como pasó con los sacerdotes, sino principalmente por motivos jurídico-canónicos y prudenciales.

Este artículo se propone dar una visión de conjunto de los avatares de la labor de San Gabriel entre 1928, año de fundación del Opus Dei, y 1950, cuando san Josemaría dio a la imprenta su Instrucción sobre la obra de San Gabriel. Se trata de un estudio que forzosamente ha de atender a dos frentes: la evolución a lo largo de esos años del pensamiento del fundador sobre la cuestión, por una parte, y por otra los hechos a que da lugar el efectivo desarrollo de la obra de San Gabriel. Es este segundo aspecto el que aquí se va a privilegiar, aunque lógicamente se procurará que la exposición de las ideas de san Josemaría y la reflexión sobre ellas no estén del todo ausentes. Por lo demás, como es natural, en esta historia las ideas y los hechos están íntimamente entrelazados.

Del planteamiento inicial de Escrivá sobre la labor de San Gabriel cabe destacar dos rasgos generales, dos características que ‒junto con algunas otras más previsibles, derivadas de la propia condición de vida de las personas casadas, como el hincapié en la santificación de la familia‒ dan cierta especificidad a esta labor, en el marco del Opus Dei, en relación con las demás: por una parte, el acento en la faceta de la propagación de la fe; por otra, el amparo de una asociación con personalidad jurídica.

En octubre de 1932, como se ha dicho, la actividad del Opus Dei con personas llamadas al matrimonio fue puesta bajo el patrocinio de san Gabriel. Se confirmó de este modo algo que llevaba ya algún tiempo rondando en la cabeza del fundador. Al menos desde julio, en efecto, san Josemaría venía pensando para tal “encargo” en san Gabriel, por la particular misión de anuncio del mensaje cristiano que vislumbraba para esa rama de la Obra: por haber sido quien comunicó la buena nueva a Zacarías y a la Virgen, el arcángel Gabriel le parecía el patrón adecuado para quienes, después de haber sido por un tiempo “Cruces Verdes” (así pensaba llamar, por entonces, a los chicos jóvenes que se formaban con él, a los que encomendaba a la Virgen de la Esperanza3), habiendo terminado los estudios y quizá también habiéndose casado, deseaban seguir en contacto con la Obra. Cometido principalísimo de estas personas tenía que ser, además de la santificación de la vida familiar, la difusión de la fe.

Este cometido podía ser llevado a cabo con tanta mayor eficacia cuanto mayores fuesen en cada uno no solo el conocimiento de la fe, sino también las dotes y el prestigio humanos. En el capítulo “Propaganda”, de Surco, libro póstumo del fundador del Opus Dei, se lee un pensamiento que, aunque posiblemente fue escrito más tarde, es coherente con lo que él pensaba ya en los años treinta: «Para ti, todavía joven y que acabas de emprender el camino, este consejo: como Dios se lo merece todo, procura destacar profesional- mente, para que puedas después propagar tus ideas con mayor eficacia»4. El hecho de que al cabo de unos años, cuando lleguen a la Obra los primeros supernumerarios, haya entre estos un buen número de profesionales brillantes5, es un dato revelador de que −sin perjuicio de su atención a todo tipo de personas y de su hincapié en la fuerza de la oración− san Josemaría ponía particular empeño en involucrar apostólicamente a quienes, por tener cierta posición en la sociedad, tenían también cierta influencia y, en consecuencia, podían difundir la fe más eficazmente.

En la Iglesia española, la percepción de este hecho había dado lugar a iniciativas como la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, fundada en 1908 por el jesuita Ángel Ayala, que reunía a personas de relieve convencidas, como el propio nombre indica, de la necesidad de propagar la fe en la sociedad desde los puestos que en ella ocupaban6. En los Apuntes íntimos ‒ese gran contenedor de escritos personales que el fundador fue llenando, cuaderno tras cuaderno, en los primeros tiempos del Opus Dei‒, cuando por primera vez habla del arcángel Gabriel en el contexto de las posibilidades del apostolado con profesionales, Escrivá se refiere precisamente a esa asociación: «Me gustaría que el Arcángel S. Gabriel fuera declarado Protector de los antiguos “Cruces Verdes” reunidos en asociación semejante a la A.C.N. de P.: porque ellos, como S. Gabriel, han de anunciar al mundo la “buena nueva” (que ese mundo tiene tan olvidada), con sus propagandas políticas, profesionales y sociales»7.

De todos modos, pronto habrá, entre los supernumerarios del Opus Dei, no solo encumbrados intelectuales y sólidos abogados, médicos o ingenieros, sino también obreros y empleados: para san Josemaría, selección no significaba exclusivismo. Lo demuestra el caso de la que parece haber sido la primera persona casada del Opus Dei, Antonia Sierra (1895-1939), una tuberculosa que había sido abandonada por su marido8: se trata de un caso muy especial, pero es ilustrativo, por una parte, de hasta qué punto el fun- dador, en aquellos comienzos, se apoyaba fuertemente en la oración de los enfermos, y también, por otra, de que no atendía únicamente a algunos profesionales acreditados, a pesar de su visión táctica sobre las posibilidades de influencia de estas personas.

En cuanto al respaldo de una entidad social con personalidad jurídica, es algo que el fundador puso en práctica en 1935, aunque ya dos años antes, en 1933, había tomado una decisión en ese sentido. Es un rasgo que contrasta con lo establecido para la obra de San Rafael, en la que Escrivá excluyó que quienes participaban en ella pudieran constituir una asociación9. Los motivos de esta diferencia entre San Gabriel y San Rafael no han sido explicitados.

 

Placa de So-Co-In que se puso, en agosto de 1940, en la puerta del piso de la calle Martínez Campos.

Prolegómenos de So-Co-In (1932-1935). Denominaciones y reglamentos provisionales

 

Al menos desde marzo de 1931, los Apuntes íntimos hablan ya del arcángel san Gabriel: al principio, no como referente para la actividad del Opus Dei con gente casada, sino como un patrón indiferenciado de la Obra, uno más entre otros10. Los proyectos y esquemas que, en relación con la actividad que luego se llamará de San Gabriel, aparecen por entonces en las anotaciones de san Josemaría van en otra dirección. Concretamente, en 1931 y 1932 la Obra de Dios que el fundador entrevé incluye, como miembros casados, a unos «socios de tercer grado»11 o terciarios en los que se reconocen modos de decir propios de las antiguas órdenes militares, con las que en aquel momento a Escrivá le gustaba hacer analogías. A finales de 1932, los Apuntes íntimos dejan de lado los «socios de tercer grado» y pasan a hablar efímeramente de «Cruces Azules»12. Se trata de ideas y denominaciones que serán abandonadas antes incluso de que, de hecho, la labor con personas casadas se ponga en marcha.

Durante el verano de 1933, con la intuición de que la obra de San Gabriel podría comenzar, por fin, con los profesores que estaba reclutando para una futura academia ‒la que abriría en diciembre de aquel año en la calle de Luchana13‒, san Josemaría maduró algunas conclusiones sobre una posible estructura operativa, la Sociedad de Colaboración Intelectual (So- Co-In), para la que redactó un reglamento. De ese reglamento se conservan en el Archivo General de la Prelatura del Opus Dei (AGP) dos versiones correspondientes a ese momento y otra posterior. La primera, fechada en agosto de 1933, tiene veintidós artículos y cuatro anexos; la segunda, del 22 de septiembre del mismo año, nueve artículos; la tercera, sin fecha, trece14. Esta última versión, que a diferencia de las anteriores (en sus diversas copias: cuatro de la primera y tres de la segunda, con variantes mínimas) no presenta ninguna tachadura, es sin duda de 1935, cuando Josemaría Escrivá decidió finalmente poner en marcha, como entidad reconocida por el Estado, la Sociedad de Colaboración Intelectual.

 

Amigos de DYA

 

En los dos años que pasan entre la primera redacción del reglamento y el efectivo nacimiento de So-Co-In vieron la luz, en el ámbito de la todavía embrionaria obra de San Gabriel, otras experiencias. Por ejemplo, desde enero de 1934 el ingeniero Manuel Sainz de los Terreros (1908-1995) –uno de los seguidores de Josemaría Escrivá en aquellos años– y un médico oncólogo amigo, José San Román, organizaron unos encuentros vespertinos mensuales de profesionales católicos a los que solían asistir unas veinte personas y que se pueden considerar un precedente remoto de So-Co-In15. Fue una actividad de vida breve, como lo será también Amigos de DYA, iniciativa que nació un año más tarde pero que es ya un inmediato preludio ‒con expresa voluntad de serlo‒ de So-Co-In y a la que hay que referirse con algo más de detenimiento.

En enero de 1935, Escrivá preparó un texto breve (cinco cuartillas de generosa caligrafía) con algunas ideas ya bastante perfiladas sobre la obra de San Gabriel:

1º) Se hace necesario atender a nuestros amigos, que ya terminaron su carrera. 2º) No es posible retenerlos, asociándolos simplemente a los grupos de San Rafael. 3º) No parece que sea la hora de plantear la So-Co-In. 4º) Formemos ‒sin que sea una asociación oficial‒ un grupo de “Amigos de DYA”, puente para la obra de S. Gabriel16.

En los siguientes números (en total son 16), Escrivá concreta el tipo de actividad que quiere que se lleve a cabo: colaboración con DYA (la academia y residencia que había abierto en la calle de Ferraz unos meses antes, continuadora de la experiencia de Luchana), clases para obreros, visitas a hospitales, etc. Asimismo, habla de un medio de formación propio: «un círculo de estudios semanal, en el que, por ahora, se tratarán asuntos profesionales de divulgación, que puedan interesar a todos»17. Por último, el fundador del Opus Dei expone, no como aspiración inmediata sino como meta a medio plazo, el objetivo de «presentar en la Dirección General de Seguridad el reglamento breve de la So-Co-In, poniendo en marcha esa parte de la Obra»18. Es decir, en enero de 1935 no había llegado aún la hora de So-Co-In, pero sí, con el nombre de Amigos de DYA, la de algún tipo de actividad de mayor envergadura que las cenas que hasta entonces habían venido impulsando Sainz de los Terreros y San Román.

A finales de febrero, Sainz de los Terreros envió una carta a José María González Barredo, otro de los primeros miembros del Opus Dei, por entonces profesor de ciencias en el instituto de Plasencia (Cáceres). «Por fin ha empezado lo de S. Gabriel», escribía el joven ingeniero, «y ha sido el Domingo último, día de S. Matías Apóstol [el 24 de febrero], pues nos reunimos José Antonio Torres, Deán, Vallespín y yo con el Padre y después de darnos unas ideas el Padre quedamos en reunirnos este sábado por primera vez los cuatro con alguno más que avisemos»19. Las «ideas» eran, sin duda, las de las cinco cuartillas que Escrivá había redactado pocas semanas antes, encaminadas a la puesta en marcha de Amigos de DYA. En cuanto a la afirmación de que «lo de S. Gabriel» efectivamente comenzaba, se trata de una noticia que se vio confirmada muy pronto, el 1 de marzo, cuando el fundador estableció una primera división de las tareas de dirección del Opus Dei entre sus colaboradores: entre esas tareas incluyó expresamente la rama de San Gabriel, que fue confiada a Sainz de los Terreros20.

El 2 de marzo tuvo lugar la reunión anunciada por Sainz de los Terreros en su carta a González Barredo. Participaron seis profesionales21. Con ella comenzó Amigos de DYA su actividad. Arrancaron los círculos, que se tenían los sábados por la tarde en la residencia de Ferraz. Al término, los asistentes participaban, en el oratorio, en la bendición eucarística que oficiaba Escrivá y rezaban con él una Salve a la Virgen22. De acuerdo con lo previsto, el tema principal, a diferencia, por ejemplo, del de los círculos de San Rafael, era siempre de carácter profesional divulgativo: por ejemplo, la estructura de un nuevo viaducto sobre el río Esla, por Sainz de los Terreros; o el reumatismo, por el doctor Brígido Yuste; o el cine sonoro (la última frontera de la técnica, en aquel momento), por el ingeniero industrial Gregorio Martínez Pinillos. Otro ingeniero recién graduado, José Luis Múzquiz, que hasta 1940 no pedirá la admisión en el Opus Dei, dio un círculo sobre la depuración de las aguas residuales. Entre marzo de 1935 y junio de 1936, lo que comprende tanto la época de Amigos de DYA como la primera etapa de So-Co-In, hubo sesenta y tres círculos23. Miguel Deán (1913-2008), uno de los fundadores de Amigos de DYA, recuerda un detalle curioso pero interesante: en cada sesión, al final, «el conferenciante se sometía a una crítica constructiva, que los demás le hacían sobre el fondo o la forma del desarrollo del tema expuesto»24. Por lo demás, en el círculo la componente doctrinal religiosa no estaba ausente: antes de la charla científico-profesional había unas preces iniciales y un comentario del Evangelio del día, que por correr a cargo de un laico y no de un sacerdote causaba sorpresa en algunos25. Después de la charla se departía sobre posibilidades apostólicas en los distintos ambientes profesionales y se rezaba una breve oración final26.

 

So-Co-In antes de la guerra (1935-1936)

 

A diferencia de Amigos de DYA, que surgió de modo informal y privado, So-Co-In se constituyó con un acto oficial. Ese acto, en el que estuvo presente un funcionario del Ministerio de la Gobernación, tuvo lugar el 21 de diciembre de 1935. La junta directiva de So-Co-In quedó compuesta por Sainz de los Terreros como director, José Antonio Martínez Torres como secretario y el médico Miguel Bañón como tesorero27. El reglamento que se presentó a la Dirección General de Seguridad era el resultado de los retoques introducidos por Martínez Torres al texto anterior para adaptarlo a los requisitos de la Ley de Asociaciones28. En esta versión, por ejemplo, no figuraba la invocación trinitaria y mariana con que se abrían las otras dos («En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y de Santa María»), ni tampoco ninguna otra referencia de tipo religioso (la versión larga, entre sus anexos, tenía uno con unas normas de vida cristiana ‒rezo del rosario con la propia familia, lectura y meditación del evangelio, visitas a pobres y enfermos, etc.‒, y otro con un ceremonial para la admisión en So-Co-In que incluía la bendición de un sacerdote). Aun así, era obvio que So-Co-In no iba a ser religiosamente indiferente. Al día siguiente de su constitución, el vicario general de la Diócesis de Madrid, Francisco Morán, fue informado del asunto por carta por el propio Escrivá, quien además luego le dio explicaciones de palabra29.

La lectura del reglamento de So-Co-In y de las cuartillas de enero de 1935 permiten hacerse una idea de cómo el fundador del Opus Dei aspiraba en aquel momento a poner en marcha su apostolado con profesionales. Ante todo, se trataba de una iniciativa no de tipo devocional o catequístico, sino cultural en un sentido amplio, sin perjuicio de una inspiración cristiana de fondo al menos implícita. Así fue programado y así funcionó. De todos modos, si al cabo de pocos años So-Co-In se disolvió, por iniciativa propia y sin causas de fuerza mayor, hay que suponer que, además de las cortapisas externas que pueden haber dificultado su desarrollo, algo había en el propio So-Co-In que a san Josemaría no acababa de convencerle.

Miguel Deán en 1995, en una convivencia de supernumerarios en Molinoviejo. A su derecha, el historiador Valentín Vázquez de Pada.

Historias personales

 

En el activo de So-Co-In, sin embargo, no faltan resultados positivos. Sobre todo, durante sus cuatro años escasos de intermitente existencia (1935-1936 y 1940-1942) permitió mantener la continuidad de trato con personas que sentían vocación al Opus Dei pero para las que, por estar casadas o, al menos, ilusionadas con un proyecto de matrimonio, todavía no se había encontrado un modo definido de concretar la entrega a Dios.

La trayectoria de Miguel Deán lo ilustra bien. Había conocido a Josemaría Escrivá en el curso 1934-35, siendo ya licenciado en Farmacia y habiendo empezado el doctorado. Se lo presentó Mateo Azúa. Además de este y de su hermano Luis, Deán tenía otros amigos que estaban frecuentando DYA: Jaime Munárriz (navarro de Cascante, como él), Juan Jiménez Vargas, Eloy González Obeso… Deán en aquel momento estaba preocupado por otro amigo, Ángel Santos, al que veía negativamente influido por la Institución Libre de Enseñanza, una iniciativa pedagógica promovida por profesores contrarios a atenerse, en su labor docente, al dogma católico. Pensó que Escrivá podía ayudar a evitar que la fe de su amigo se apagara, y se lo presentó. Y enseguida Santos se incorporó a los círculos de estudios. «Al cabo de algunos años me devolvió la pelota»30, concluye Deán: en 1948, Ángel Santos será uno de los primeros hombres casados que pedirán la admisión en el Opus Dei, y muy pronto llevará a la Obra a su amigo Deán, con quien seguía en contacto.

Durante la guerra, Ángel Santos, profesor auxiliar en la Universidad desde febrero de 1936, había permanecido en Madrid. Le resultó imposible, en aquellas circunstancias, seguir viendo a Escrivá, pero a través de dos de sus colaboradores, Isidoro Zorzano y José María Albareda, se mantuvo en contacto con la Obra. «Isidoro, que era la bondad personificada», escribirá en 1975, «fue a verme a mi domicilio, más de una vez, acompañado por un sacerdote ‒vestido de miliciano‒, y de esa manera pudimos, mi familia y yo, recibir al Señor»31.

Terminada la guerra, Escrivá le dijo que Dios le llamaba al matrimonio. No contento con eso, se comprometió a celebrar su boda, llegado el momento. «Poco después», relata Ángel Santos, «encontré a la compañera de mi vida, y el día 4 de diciembre de 1941 nos casó el Padre en la Iglesia Parroquial de San José de Madrid. Estuvo exclusivamente en la ceremonia religiosa, y su emotiva homilía tuvo este final: “y que Dios os bendiga con una corona de hijos”. Guardamos como un tesoro las fotografías de tan memorable acto»32.

Miguel Deán, por su parte, ya antes de la guerra había recibido de Escrivá una indicación de que, con el tiempo, podría ser del Opus Dei aunque creara su propia familia y organizara su vida con total independencia. Fue en la primavera de 1936, durante un curso de retiro en la residencia de Ferraz: «Le pregunté: ¡Padre! Si yo me establezco donde sea y ejerzo mi carrera libremente, como quiera o me convenga… ¿puedo seguir en relación con usted y colaborar o ayudar en esta labor? […] Me contestó con seguridad: Sí. Entonces me quedé más tranquilo que el “Bomba” (valga la frase), aunque por el momento no podía aún sospechar cómo se haría realidad ese Sí del Padre»33.

 

Paréntesis bélico

 

En enero de 1936, Sainz de los Terreros, por encargo de san Josemaría, escribió una breve memoria sobre la actividad de So-Co-In. Por ella se sabe, por ejemplo, que el proyecto de dar clases a obreros no había ido adelante.

«Mucho nos ayudó la Marquesa del Socorro, con quien estuvimos por los barrios de Carabanchel, para encontrar local para las clases», escribe Sainz de los Terreros, que sin embargo a continuación tiene que añadir que la idea había tropezado con algunos obstáculos, sobre los que no detalla demasiado: «aunque perseveramos en ello, se vio que no había solución y que por ahora, Dios disponía no se hiciese esto»34.

En junio de ese año, So-Co-In contaba con treinta y tres socios. Pagaban una cuota mensual de una peseta. Existe una lista con el nombre de cada uno y su fecha de ingreso35: los más antiguos son de marzo de 1935 (los de la primera sesión de Amigos de DYA); el más reciente ‒de aquel mismo mes de junio de 1936‒ es Pedro Rocamora, joven abogado conocido del fundador del Opus Dei desde hacía años.

Un mes más tarde, el 18 de julio, comenzó la guerra civil, y toda la actividad apostólica de Josemaría Escrivá, So-Co-In incluida, quedó momentáneamente interrumpida.

 

Un curso de retiro en Vitoria (1939)

 

De vuelta en Madrid al término de la guerra, después de una azarosa evasión de la zona republicana y una estancia en Burgos de algo más de un año, Josemaría Escrivá se aprestó a reanudar los diferentes frentes de su labor sacerdotal. Por lo que se refiere al apostolado con mujeres, las dificultades se demostraron casi insalvables: tuvo que empezar de nuevo con otras mujeres, distintas de las que le habían seguido en los años de la República36. Entre los varones, en cambio, sí consiguió dar continuidad a una parte sustancial de lo que en esos años había sembrado y cosechado: con el comienzo del curso académico 1939-40 se abre la residencia de la calle de Jenner, que toma el relevo de la de Ferraz, y poco después se obtiene el permiso de la autoridad para reconstituir So-Co-In.

El relanzamiento de la obra de San Gabriel había sido precedido por un curso de retiro que el fundador del Opus Dei había predicado en el seminario de Vitoria del 2 al 8 de julio de 1939. En aquel momento, habiéndose alejado Sainz de los Terreros del ambiente apostólico de Escrivá, el hombre clave era José María Albareda (1902-1966), secretario del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, recién creado por el gobierno. Por su edad y prestigio, Albareda, que había pedido la admisión en el Opus Dei en 1937, con treinta y cinco años, estaba en condiciones de relacionarse con profesionales en activo de un modo más natural que los jóvenes estudiantes que en aquel momento componían el grueso de la Obra.

Para la organización del curso de retiro de Vitoria, que se presentaba como dirigido a profesores pero que en realidad estaba abierto a profesionales en sentido amplio, de nivel medio o superior (médicos, funcionarios, militares, etc.), Albareda encontró un colaborador entusiasta en su amigo Lorenzo Vilas (1905-1988), químico y farmacéutico, futuro catedrático de Microbiología. Entre la docena de cartas que se conservan en el archivo de la Prelatura del Opus Dei en relación con estos ejercicios (de amigos que escriben a Albareda para confirmar o excusar la propia asistencia, o bien la asistencia de otros conocidos a los que se ha invitado), la más larga es la de Vilas, que informa de diez personas a las que Albareda también conoce y con las que ha contactado. Con quien más contento está es con Tomás Alvira (1906-1992), profesor de instituto, que en aquel momento vivía en Zaragoza.

Se casó el día 16 y tuve el alto honor de firmar, como testigo, el acta de su boda, dándole todos los abrazos que llevaba de encargo para él; el día 30 regresará a Zaragoza, dejará a su mujer (¡bello sacrificio!) y acudirá a la cita, como hombre disciplinado que es; con hombres así, que aún tienen las cosas de la vida ordenadas con arreglo a su verdadera categoría, y no empiezan el Padre Nuestro por la segunda parte, da gusto tratar37.

Para otros, en cambio, la atención a la familia representaba una dificultad psicológicamente insuperable. En esa misma carta, Vilas, que por estar casado conocía de primera mano la situación, pone algún ejemplo. Él, sin embargo, como Alvira, fue al curso de retiro.

Según Alvira, en total asistieron, además de ellos dos y de Albareda, otras once personas: sus colegas de enseñanza media Vicente Francia, José Oñate, José Martínez, Enrique Montenegro y Ángel Hoyos; los profesores universitarios Ángel Santos, Francisco Cantera y Luis Morales Oliver; los médicos Alfredo Carrato y José María López de Zuazo; y un militar, José Esteban Ciriquián38. Varios de ellos ‒Santos, Cantera, Carrato, Hoyos, Alvira y Vilas, además de Albareda‒ participarán después en las reuniones de So-Co-In. Santos es, de esos seis, el único que ya había participado en la época anterior.

 

So-Co-In después de la guerra (1940-1942)

 

La actividad de So-Co-In no se reanudó hasta comienzos de 1940, tres años y medio después de su forzada interrupción por la guerra. Durante todo aquel tiempo, además de predicar el curso de retiro de Vitoria ‒y antes, en Burgos, algún día de retiro para profesionales católicos39‒, san Josemaría había seguido atendiendo sacerdotalmente a personas casadas o próximas al matrimonio. Por su parte, Albareda no había dejado de cultivar el trato con un gran número de profesores, con los que aspiraba a aumentar el público potencial de los círculos de estudios, en cuanto recomenzaran.

Una cuartilla antepuesta al acta de la primera reunión de So-Co-In da fe de que solo en diciembre de 1939 «se presentó en la Dirección General de Seguridad una instancia firmada por Vilas solicitando permiso para celebrar una junta el día 5 de enero»40. La junta tuvo lugar, en la fecha prevista, en la nueva sede de la asociación: la residencia de la calle de Jenner. El acta informa, entre otras cosas, de la muerte violenta, durante la guerra, de dos antiguos miembros de So-Co-In, uno de ellos su secretario, Martínez Torres. «Habló Fernández Vallespín y expuso en pocas palabras las gestiones que se harían para reanudar la vida de la Sociedad interrumpida por la guerra, dedicando un recuerdo a los socios que murieron asesinados D. José Antonio Martínez Torres y Yuste»41.

Las reuniones volvieron a ser semanales, y algo mantuvieron de los antiguos círculos, pues en las actas que se han conservado no faltan referencias a las oraciones iniciales y finales y al comentario del Evangelio42. Sin embargo, los temas de que se hable van a ser distintos. Ahora esas reuniones tratarán siempre de cuestiones directamente relacionadas con la enseñanza y la universidad, en muchos casos simplemente enunciadas como objeto de interés: se planteaba, por ejemplo, la necesidad de estudiar el funcionamiento de las universidades y los centros de alta cultura en otros países, o las posibilidades de reactivar la antigua institución de los colegios mayores, pero se concluía poco. Solo excepcionalmente había una exposición sobre algún tema concreto, como el día en que Vilas habló de la Fundación Rockefeller43.

Se crearon unas comisiones encargadas de prestar atención a diversos ámbitos geográficos (Francia, Alemania, Inglaterra, Italia, América) y se recabó información sobre universidades y sobre centros de investigación científica o de intercambio cultural, pero de esta labor ni Escrivá de Balaguer ni Albareda parecen haber quedado satisfechos. En una hoja titulada Socoin, no fechada ‒aunque indudablemente es posterior a la guerra‒ y no firmada, Albareda ‒todo apunta a que el autor es él‒ expone algunas «orientaciones que puede interesar rectificar», y comienza por señalar que So-Co-In está languideciendo porque «se ha orientado toda la labor hacia el estudio de centros de cultura superior extranjeros», empresa forzosamente lenta. Esa labor de información e intercambio, viene a decir, celoso en la defensa de sus propias incumbencias, ya la realiza de modo más sencillo y natural el Consejo Superior de Investigaciones Científicas que él dirige. Propone, por tanto, que en So-Co-In se cultiven otros temas: que se vuelva, en definitiva, a los temas profesionales de antes de la guerra, lo que implica cambiar las comisiones actuales. «Conforme», escribe en el dorso san Josemaría44.

Entre enero y julio de 1940, las sesiones de So-Co-In en la residencia de Jenner están atestiguadas por doce actas, más alguna otra de reuniones de las distintas comisiones, celebradas asimismo en Jenner. Después, en el verano de 1940, el Opus Dei abrió un nuevo centro en la calle de Martínez Campos, y a él se trasladó la sede oficial de So-Co-In. En el diario del centro hay referencias a reuniones de algunas comisiones45, pero no se conserva ningún acta. Sí se conserva, en cambio, la placa metálica que se puso en la puerta del piso46.

En Martínez Campos, los residentes (en número variable con el paso del tiempo, nunca superior a una docena) eran, en parte, jóvenes con la carrera ya terminada que preparaban oposiciones a cátedra: la problemática propia de So-Co-In, por lo tanto, estaba, para ellos, muy viva. Con frecuencia se invitaba a almorzar a profesores jóvenes conocidos (auxiliares de universidad, principalmente), parroquianos habituales de So-Co-In: el médico Julián Sanz, el físico Alfredo Guijarro, el catedrático de Mecánica racional Francisco Navarro Borrás, el farmacéutico Román Casares, el pedagogo Víctor García Hoz y otros de los que ya se ha hablado, como Lorenzo Vilas, Ángel Santos, Alfredo Carrato (que incluso vivió durante algún tiempo en Martínez Campos, sin ser del Opus Dei47), Tomás Alvira o Francisco Cantera48. La relación con ellos era, fundamentalmente, de tipo apostólico: por ejemplo, varios tenían dirección espiritual con san Josemaría.

Miguel Deán subraya que este, tanto antes como durante y después de la guerra, le animó a hacer carrera profesional y académica, en el respeto de las normas de la justicia y con espíritu de servicio a la sociedad49. Seguramente Deán no era un caso único. Pedro Casciaro, testigo, en la época de Burgos, de una plática de Escrivá a un grupo de miembros de la Asociación de Propagandistas, recordaba años más tarde, en sus memorias, las ideas que le había oído en aquella ocasión sobre este tema:

En aquella predicación diferenció claramente dos aspectos: una cosa es el deseo noble de subir que un hombre puede experimentar en el desempeño de su trabajo profesional, como fruto de su esfuerzo personal ‒estudio, investigación científica, orden, perseverancia‒ y de la gracia de Dios ‒que le lleva a hacer fructificar los talentos recibidos‒; y otra cosa muy distinta es ese otro afán de subir, por ambición, por afán de poder, por miras egoístas. En una palabra: denunciaba el hábito de medrar, a base de bombos mutuos, de poner zancadillas, de atropellar a los demás… A ese subir yo le llamo trepar, encaramarse…, y eso no lo podéis hacer vosotros. Afirmaba que lo importante no es estar arriba o abajo; lo importante es estar cerca de Dios, servirle y servir a los demás por Él; se trataba de poner en alto a Dios, en la misma cúspide; no de ponerse uno mismo en lo alto50.

No debían de ser indicaciones superfluas en un ambiente como el de la época. Sin duda tampoco lo eran en el ámbito de So-Co-In, cuyos miembros tenían, inevitablemente, opiniones e intereses a veces contrastantes. Seguramente Escrivá contribuyó indirectamente a que en la práctica, cuando esas diferencias se pusieron de manifiesto, no dieran pie a desencuentros graves. A finales de junio de 1941, por ejemplo, tuvo lugar una oposición a cátedra a la que concurrió José María González Barredo, y fueron precisamente los dos miembros del tribunal que participaban en actividades de So-Co-In, Ángel Santos y Alfredo Guijarro, los que votaron contra él, mientras que el más ajeno al grupo, Antonio Rius, votó a favor. «José María no ha sacado la cátedra», se lee en el diario. «Santos se ha negado rotundamente a votarle y ha hecho con esto que tampoco le vote Guijarro; no ha tenido más voto que el de Rius, que después de haberle desprestigiado durante toda la oposición, quería al final sacarle en el último puesto, en el plan de que le debiera a él la cátedra»51.

De hecho, en todo aquel año ningún miembro del Opus Dei obtuvo cátedra. En 1942, en cambio, cuando ni So-Co-In ni Martínez Campos existían, la sacaron varios: uno de ellos, González Barredo, en su segundo intento52. Aun así, en la época de Martínez Campos, que fue realmente breve (un año escaso), So-Co-In dio que hablar. Lo recordaba José María Casciaro:

A finales de mayo de 1941, en la revista Qué Pasa, salió un pequeño texto en recuadro, cuyo contenido venía a decir, poco más o menos: “Cuidado con los nuevos herejes: Socoínes, sanmigueles…” y algunas frases más, breves y confusas ampliaciones de las anteriores. Que yo sepa era la primera vez que se aludía en una publicación a la labor de la Obra. El tono era insultante. El fundador de la revista, Joaquín Pérez Madrigal, un radical de los llamados “jabalíes” por su agresividad durante la Segunda República Española, se había pasado a la extrema derecha al acabar la guerra civil53.

No era cosa de broma. Qué Pasa era una publicación sectaria, que veía por todas partes saboteadores del nuevo régimen y que abogaba encendidamente por la causa de la Alemania nazi, pero en aquel momento contaba con apoyos sólidos en el gobierno. Y si contra So-Co-In era necesario esgrimir la acusación, entonces infamante, de judaísmo, poco iba a importar el hecho de que sus socios fueran notoriamente católicos.

Alguien quiso encontrar la conexión judía por la similitud de las siglas de SOCOIN ‒Sociedad de Colaboración Intelectual‒ con el nombre de un antiguo grupo judío de asesinos llamado Socoim… Aunque hoy cause risa la acusación de ser la rama judía de la masonería, se trataba de un asunto muy serio en la España de posguerra54.

En el centro de Martínez Campos, aquella situación fue vivida con preocupación. Por las fechas del artículo de Qué Pasa, el diario habla, en un primer momento, de rumores de los que Francisco Botella tiene que salir al paso ante algún profesor55; después, de sospechas en el ambiente intelectual que aconsejan que José María Albareda, el único miembro del Opus Dei que entonces era catedrático, deje de vivir allí56; de escuchas telefónicas por parte de la policía57; y finalmente, de la necesidad de cerrar el piso58. En junio se encuentra una solución provisional para un nuevo centro en la calle Marqués de Urquijo59, y algo después la definitiva en la calle Villanueva60.

En enero de 1942, So-Co-In dejó de existir. «A pesar de todos mis esfuerzos, no ha sido posible dar nueva vida a la Sociedad», expone su secretario, Ricardo Fernández Vallespín, «y por lo tanto es preferible […] que se dé por disuelta la citada Sociedad de Colaboración Intelectual, no nombrándose Comisión Liquidadora por carecer en absoluto de bienes»61.

So-Co-In no tuvo un final glorioso, pero al desaparecer de la escena dejó detrás de sí un rastro importante de logros prácticos. Como se ha dicho, fue un instrumento muy útil para mantener el contacto con algunos de los que después, a finales de los años cuarenta, serían los primeros supernumerarios (por ejemplo, Deán, Santos y Alvira). Por otra parte, permitió entrar en relación con muchos otros jóvenes profesionales, en buena parte docentes de universidad o de enseñanza secundaria. Por último, algunas iniciativas con gran futuro en la labor del Opus Dei, como los colegios mayores, parecen haber empezado a vislumbrarse precisamente en el ámbito de So-Co-In, que fue también, por así decir, un laboratorio de proyectos apostólicos62.

 

Los tres primeros supernumerarios

 

En los años siguientes, como recuerda Tomás Alvira en su testimonio sobre Josemaría Escrivá, este siguió atendiendo sacerdotalmente a personas casadas, tanto por medio de la dirección espiritual personal como, en menor medida, de la predicación. En marzo de 1942, dos meses después del cierre de So-Co-In, dirigió unos ejercicios espirituales en el Instituto Ramiro de Maeztu para los profesores del centro; y otros en la cuaresma de 1945, en el oratorio del Caballero de Gracia ‒también en Madrid‒, para docentes universitarios. Alvira participó tanto en aquellos (pues ahora vivía en Madrid y enseñaba en el Ramiro de Maeztu) como en estos63.

Entre los numerosos cursos de retiro que el fundador del Opus Dei atendió en los primeros años cuarenta, esos dos y otro de abril de 1943 para los hombres de la parroquia madrileña del Buen Suceso son los únicos dirigidos a un colectivo formado prevalentemente por personas casadas64: fueron muchos más los predicados a sacerdotes o a seminaristas, a religiosos o a religiosas, a chicos o a chicas jóvenes. Sin embargo, también algunas personas casadas acudían a la dirección espiritual de Escrivá: entre ellas, desde luego, Alvira, que conservará siempre un grato recuerdo de aquellos encuentros. «Su diálogo era un modelo de comprensión; escuchaba, dándote confianza»65, escribirá años más tarde. Entre esas personas se cuenta también Víctor García Hoz (1911-1998), el pedagogo al que se había invitado alguna vez al centro de Martínez Campos66. También él tenía la esperanza de que algún día habría, dentro de la Obra, un camino de vocación matrimonial. A él y a Alvira, el fundador les recomendó que, mientras tanto, fueran viviendo ya las normas y costumbres del Opus Dei. A la vez, empezó a impartirles un círculo de formación específico67.

Desde 1941, el Opus Dei era una pía unión. Teóricamente, nada impedía que en una pía unión hubiera personas casadas, pero no convenía: «el Padre no lo consideró oportuno por el riesgo de que pudiera interpretarse como un compromiso limitado, y no como una plena y radical decisión de vida cristiana»68, explica el biógrafo de Alvira. Esto no excluye que hubiera otros motivos para esperar. Muy probablemente, uno era la necesidad de preparar bien a los numerarios que luego habrían de formar a los supernu- merarios, tarea que requería evitar inercias y fáciles conformismos69.

En 1946, Escrivá marchó a Roma. Al irse confió a José María Hernández Garnica, uno de los tres sacerdotes que el Opus Dei tenía entonces (además del fundador), la dirección espiritual de Alvira y García Hoz. Un joven historiador becado por el CSIC, Federico Suárez, que todavía era seglar (se ordenará en 1948), también ayudará en su formación, a partir de cierto momento. Aquel verano, tanto Víctor García Hoz como Tomás Alvira participaron en actividades para miembros de la Obra: el primero, en unos ejercicios espirituales; el segundo, en un día de retiro70.

Cuando Pío XII creó la figura de los institutos seculares con la constitución apostólica Provida Mater Ecclesia, el 2 de febrero de 1947, uno de los motivos por los que el Opus Dei postuló a ella, después de haber estado esperándola desde hacía tiempo, era el reconocimiento de esa plenitud de compromiso que, en la anterior situación de pía unión, parecía un tanto desdibujada. Una consecuencia que se sacó inmediatamente era que, en cuanto la Obra fuera aprobada como instituto secular, podrían pertenecer a ella personas casadas.

Fue cuestión de días: el 14 de febrero, la Sagrada Congregación de Religiosos, organismo competente en la materia, dio parecer favorable a la aprobación del Opus Dei, y al día siguiente, en el centro de la Obra de la madrileña calle de Lagasca, Tomás Alvira escribió una carta al fundador solicitando la admisión. En Roma se había pensado que, independientemente de cuándo se le pasara a Pío XII, el decreto de aprobación acabaría llevando fecha del 14 de febrero71, pero finalmente no fue así: está fechado el 24 de febrero de 1947, día en que el Papa lo firmó72. En consecuencia, se puede decir que la carta de Tomás Alvira, escrita con una expresa autorización que había transmitido aquel mismo día Álvaro del Portillo73, se adelantó a los acontecimientos.

Poco después, en abril, Víctor García Hoz viajó a Roma, donde se celebraba un congreso de la asociación Pax Romana. Visitó a san Josemaría en su casa de Piazza della Città Leonina, y lo mismo hizo otro miembro de la comitiva española que había acudido al congreso, Mariano Navarro Rubio (1913-2001), jurídico militar, que también había tenido dirección espiritual con él algún tiempo antes, en Madrid74. Durante aquellos días, ambos pidieron directamente a Escrivá la admisión en el Opus Dei. «Cuando se me invitó a formar parte de la Obra como Supernumerario del Opus Dei», escribió más tarde Navarro Rubio, rememorando aquellos días en Roma, «respondí inmediatamente con un sí rotundo, porque lo deseaba ardientemente desde hacía tiempo. Me comunicaron que Víctor García Hoz había recibido la misma invitación el día anterior. Supe entonces que éramos “tres”, porque había ya otro en España»75.

Con esos tres hombres empezó la formación de supernumerarios. San Josemaría, en la medida en que le era posible, intervino en ella activamente. «Nos reuníamos los tres, todas las semanas con D. Federico Suárez, pero si estaba en Madrid el Padre, entonces, a estas reuniones, asistía el Padre»76, recordaba Mariano Navarro.

 

Una convivencia en Molinoviejo 77

 

Que la incorporación de personas casadas al Opus Dei era algo necesario y querido por Dios resultaba, para el fundador, claro y a la vez perentorio, y esto explica que en 1947 ya algunos pidieran la admisión como supernumerarios. Sin embargo, el nuevo régimen jurídico en el que tantas esperanzas se habían puesto, el de los institutos seculares, no solucionaba de modo pleno la cuestión. En la constitución Provida Mater Ecclesia, en efecto, se establecía que los miembros de los institutos seculares debían observar −según el lenguaje de la época− «celibato y castidad perfecta»78, algo que, aplicado a la letra, excluía de raíz a hombres o mujeres casados. De ahí que las Constituciones del Opus Dei que ese año aprobó la Santa Sede hablen de personas casadas que pueden unirse a la Obra pero no incorporarse jurídicamente79.

De hecho, entre la petición de admisión de los tres primeros supernumerarios y su incorporación efectiva pasó tiempo. Era necesario que la Santa Sede reconociese expresamente, en virtud de una lectura más sustancial que literal de la Provida, que las personas casadas podían pertenecer jurídicamente al Opus Dei.

A comienzos de 1948, el fundador creyó encontrar una solución80, y el 2 de febrero pidió a la Santa Sede que a las Constituciones del Opus Dei aprobadas el año anterior se añadiera un estatuto sobre los miembros supernumerarios, a quienes, por sus circunstancias familiares, se pediría una dedicación a la actividad apostólica de la Obra más reducida que a los numerarios. En marzo, ese estatuto fue aprobado81. Por entonces, además, la instrucción Cum Sanctissimus, de la Congregación de Religiosos, reconoció la posibilidad de que en los institutos seculares hubiera miembros en sentido lato que «no abracen o no puedan abrazar cada uno de los consejos evangélicos en su más alto grado»82.

Aquel año, Josemaría Escrivá pasó en España casi todo el verano. Y en el mes de septiembre convocó en Molinoviejo, una casa de retiros situada en Ortigosa del Monte (Segovia), a quince hombres de los que podían salir los primeros supernumerarios. El diario que se redactó durante aquellos días (del 25 de septiembre al 1 de octubre) se abre con estas palabras: «Hoy comienza en Molinoviejo la primera semana de convivencia para supernumerarios […]; han acudido todos los que habían anunciado su asistencia. Son hombres ya hechos, en su mayor parte casados, y algunos de cincuenta años cumplidos. Varios de ellos han formalizado ya su admisión como supernumerarios y todos conocen y aman la Obra»83.

Participaron en aquel encuentro, además de Alvira, García Hoz y Navarro Rubio, otras doce personas: Ángel Santos (1912-2005); los valencianos Carlos Verdú (1914-1991) y Antonio Ivars (1918-1997), que habían conocido a san Josemaría siendo estudiantes de Derecho en 1939; el abogado Juan Caldés (1922-2008); el arquitecto vasco Emiliano Amann (1919-1980), antiguo residente de DYA y de Jenner; el ingeniero Manuel Pérez Sánchez (1905-2002), repescado asimismo de la época de DYA; el aragonés Rafael Galbe (1919-2012), que unos meses más tarde marchará destinado como juez al norte de África; los marinos Jesús Fontán (1901-1980) y Pedro Zarandona (1921-2009); el jurídico militar Hermenegildo Altozano (1916-1981); el médico y profesor Silverio Palafox (1921-2015); y un viejo conocido, Manuel Sainz de los Terreros, que en 1938 se había desvinculado de la Obra pero seguía manteniendo con el fundador una relación afectuosa. La vocación cuajará en todos menos en dos. En otros dos, que eran solteros, cuajará como vocación al celibato: al cabo del tiempo, Pérez Sánchez y Zarandona pasarán de la condición de supernumerario a la de agregado, y este último, en un segundo momento, a la de numerario.

Durante los días de Molinoviejo hubo meditaciones y charlas a cargo, sobre todo, de san Josemaría, pero también de Pedro Casciaro y Amadeo de Fuenmayor (a cargo de este último ‒entonces aún seglar‒, solo charlas). Entre otros documentos, se comentaron las Constituciones de la Obra, el Catecismo (una exposición razonada de las Constituciones), el decreto de aprobación o decretum laudis, las Preces que rezan diariamente los miembros del Opus Dei y dos breves pontificios de concesión de indulgencias. En una de las sesiones, el fundador explicó el alcance de los votos que, mientras no fuera otra la con- figuración de la Obra (lo que no se verificará hasta 1982), deberían hacer84: en sustancia, se comprometerían, mediante voto privado, a vivir las virtudes de la pobreza, la castidad y la obediencia según su estado, como miembros supernumerarios del Opus Dei.

Pocos días después, el 21 de octubre, Tomás Alvira, Víctor García Hoz y Mariano Navarro Rubio hicieron en Madrid la oblación o incorporación jurídica temporal a la Obra85.

Enero de 1948: carta de san Josemaría a los tres primeros supernumerarios (AGP, A.3.4, 260-1, carta 480101-01).

La Instrucción de San Gabriel

 

En los meses siguientes, la labor de San Gabriel experimentó un gran desarrollo. A comienzos de 1950, según la relación sobre la situación del Opus Dei que el fundador tuvo que presentar a la Santa Sede para la obtención de la entonces llamada “aprobación definitiva”, ya había 682 supernumerarios: 519 hombres y 163 mujeres86.

La aprobación definitiva, confirmación de la de 1947, fue concedida en junio de 1950. Con esa ocasión, se introdujeron en las Constituciones del Opus Dei algunos cambios. Entre ellos, el que aquí más interesa es el reconocimiento expreso de la posibilidad de que las personas casadas pertenecieran a la Obra con vínculo jurídico, ya no como un elemento añadido a la sustancia sino como parte sustancial del Opus Dei87.

Fue entonces cuando el fundador decidió retomar una tarea que había quedado aplazada hacía años: la redacción de una Instrucción sobre la obra de San Gabriel. Se trataba de preparar un documento análogo al que en los años treinta había escrito sobre la labor de San Rafael88, para dar de este modo una dirección concreta y eficaz a aquella actividad apostólica con personas maduras, ya casadas en muchos casos.

«Esperamos la Instrucción del Padre sobre San Gabriel»89, había escrito Sainz de los Terreros a comienzos de 1936. Evidentemente, ni el reglamento de So-Co-In ni las cinco cuartillas de 1935 sobre la obra de San Gabriel eran una exposición orgánica de esa tarea para la acción futura en todo el mundo. Aun así, san Josemaría, al dar forma a su Instrucción, quiso ponerle como fecha no solo la del momento en que la terminó, sino también la de aquellos inicios de la época anterior a la guerra, en los que no habían faltado directrices puestas por escrito. De ahí que la Instrucción sobre la obra de San Gabriel tenga una doble fecha: mayo de 1935 y septiembre de 1950.

En un primer momento, la Instrucción circuló entre los miembros del Opus Dei en una versión mecanografiada y reproducida a multicopista. Más tarde, unida a otras Instrucciones sobre diversos aspectos del espíritu y de la actividad del Opus Dei (no solo la labor de San Rafael), se incluyó en el segundo de los dos volúmenes de una edición de conjunto que san Josemaría hizo imprimir en 196790: ocupa, en ese segundo volumen, casi doscientas páginas (de la 195 a la 384), aunque buena parte de esa extensión, quizá la mitad, corresponde a notas explicativas a pie de página de Álvaro del Portillo.

La Instrucción sobre la obra de San Gabriel es, ante todo, una declaración de principios. En ella, Escrivá da más espacio a lo puramente doctrinal (las consideraciones sobre la vocación matrimonial, la presencia de los cristianos en la entraña del mundo, la responsabilidad personal de cada uno, etc.) que a lo directamente operativo (la organización de grupos de supernumerarios, la formación de los cooperadores, etc.).

Hoy los supernumerarios son el 70% de los fieles de la prelatura91, lo que, sobre un total de 90.000 miembros, significa que los que había en 1950 se han multiplicado por cien. El dato nos dice que cuando Tomás Alvira, en torno a 1940, hablaba de “lo suyo”, se estaba refiriendo, en realidad, a algo que es de muchos: hoy es lo de decenas de miles de hombres y mujeres esparcidos por todo el mundo.

 

Autor: Alfredo Méndiz. Doctor en Historia. Subdirector del Istituto Storico San Josemaría Escrivá. Coautor, en la Colección de Obras Completas de Josemaría Escrivá de Balaguer, de las ediciones de Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer (2012) y Escritos varios (2018).
Fuente: Studia et Documenta. Revista dell’Istituto San Josemaría Escrivá. Vol. 13, Año 2019. Roma.

 

 Notas:

 

1 Cfr. Antonio Vázquez, Tomás Alvira. Una pasión por la familia. Un maestro de la educación, Madrid, Palabra, 1997, p. 142.

2 Cfr. José Luis González Gullón, DYA. La Academia y Residencia en la historia del Opus

Dei (1933-1939), Madrid, Rialp, 2016, pp. 71-72.

3 Cfr. ibid., p. 68. Se trata de una terminología que fue abandonada muy pronto.

4 Josemaría Escrivá de Balaguer, Surco, Madrid, Rialp, 1986, n. 928.

5 Cfr. Luis Cano, Los primeros supernumerarios del Opus Dei. La convivencia de 1948, SetD 12 (2018), pp. 279-302.

6 Cfr., para estos años, José Luis Gutiérrez García, Historia de la Asociación Católica de Propagandistas, vol. II: Ángel Herrera Oria. Segundo Período (1923-1935), y Cristina Barreiro Gordillo, Historia de la Asociación Católica de Propagandistas, vol. III: La presidencia de Fernando Martín-Sánchez Juliá (1935-1953), Madrid, CEU Ediciones, 2010.

7 Josemaría Escrivá, Apuntes íntimos, V, n. 778 (13 de julio de 1932), AGP, A.3, 88-1-4. San Josemaría contaba con que, salvo por lo que respecta al anuncio de la buena nueva, las «propagandas políticas, profesionales y sociales» no iban a ser unívocas. «Para el Padre [J. Escrivá]», recordaba años más tarde José Manuel Doménech, que le conoció por entonces, «la política era una opción responsable y personal de cada uno. Respetaba las ideas de todos y no manifestaba las suyas» (González Gullón, DYA, p. 163).

8 Ramona Sánchez Elvira, testimonio, Santiago de Compostela, 12 de noviembre de 1977, p. 3, AGP, A.5, 244-1-4. Cfr. Gloria Toranzo, Los comienzos del apostolado del Opus Dei entre mujeres (1930-1939), SetD 7 (2013), pp. 49-54.

9 Cfr. González Gullón, DYA, p. 70.

10 Josemaría Escrivá, Apuntes íntimos, III, n. 180 (23 de marzo de 1931), AGP, serie A.3, 88-1-2.

11 Josemaría Escrivá, Apuntes íntimos, IV, n. 206 (julio de 1931), AGP, A.3, 88-1-3.

12 Josemaría Escrivá, Apuntes íntimos, VI, n. 850 (20 de octubre de 1932), AGP, A.3, 88-2-1.

13 Cfr. González Gullón, DYA, pp. 133-134.

14 Se conservan ejemplares de las tres versiones en AGP, A.2, 40-4-8.

15 Cfr. González Gullón, DYA, pp. 370-371.

16 Josemaría Escrivá, San Gabriel, nota manuscrita, enero de 1935, p. 1 (AGP, A.2, 40-4-5).

17 Josemaría Escrivá, San Gabriel, nota manuscrita, enero de 1935, p. 2 (AGP, A.2, 40-4-5). De los círculos de estudios se habla ya en el reglamento largo de So-Co-In, de agosto de 1933. El mismo nombre recibían por entonces otras reuniones semejantes organizadas en diferentes ámbitos católicos: hermandades, cofradías, la Asociación de Propagandistas, las congregaciones marianas, etc.

18 Josemaría Escrivá, San Gabriel, nota manuscrita, enero de 1935, p. 5 (AGP, A.2, 40-4-5).

19 Carta de Manuel Sainz de los Terreros a José María González Barredo, 27 de febrero de 1935 (AGP, A.2, 40-4-5).

20 Cfr. González Gullón, DYA, p. 286.

21 Los cuatro que mencionaba Manuel Sainz de los Terreros en su carta de febrero (él, Miguel Deán, José Antonio Martínez Torres y Ricardo Fernández Vallespín) y otros dos: el arquitecto Esteban Riera y Miguel Bañón. Además, el ingeniero Isidoro Zorzano y José María González Barredo habían hecho llegar cartas de adhesión desde Málaga y Plasencia (Manuel Sainz de los Terreros, Memoria del comienzo y actuación de la O. de S. Gabriel, nota manuscrita, 29 de enero de 1936, pp. 3-5, AGP, A.2, 40-4-6).

22 Miguel Deán, testimonio, 20 de septiembre de 1975, p. 10 (AGP, A.5, 206-3-6).

23 Memoria del curso 1935-36 (Socoin), 6 de junio de 1936; Conferencias en Amigos de DYA, 1935, notas mecanografiadas (AGP, A.2, 40-4-4 y 40-4-7).

24 Miguel Deán, testimonio, 20 de septiembre de 1975, p. 10 (AGP, A.5, 206-3-6).

25 Cfr. Román Casares, testimonio, Madrid, 17 de diciembre de 1975 (AGP, A.5, 334-3-7), cit. en González Gullón, DYA, p. 454.

26 Manuel Sainz de los Terreros, Memoria del comienzo y actuación de la O. de S. Gabriel, nota manuscrita, 29 de enero de 1936, p. 14 (AGP, A.2, 40-4-6).

27 Manuel Sainz de los Terreros, Memoria del comienzo y actuación de la O. de S. Gabriel, nota manuscrita, 29 de enero de 1936, p. 9 (AGP, A.2, 40-4-6).

28 Manuel Sainz de los Terreros, Memoria del comienzo y actuación de la O. de S. Gabriel, nota manuscrita, 29 de enero de 1936, pp. 9-10 (AGP, A.2, 40-4-6). Martínez Torres era abogado y por tanto conocía las leyes, pero seguía siempre, en estas cuestiones ‒también como asesor jurídico de DYA (cfr. González Gullón, DYA, p. 491)‒, precisas indicaciones de Escrivá. En una nota muy posterior a propósito de So-Co-In, Juan Jiménez Vargas dice expresamente de él que «hablaba con asiduidad con nuestro Padre, y procuraba identificarse con su espíritu» (nota de Juan Jiménez Vargas, 18 de marzo de 1986, AGP, A.2, 40-4-6).

29 Cfr. Josemaría Escrivá de Balaguer, nota de la conversación con Francisco Morán, 7 de enero de 1936, cit. en Santiago Casas Rabasa, Las relaciones escritas de san Josemaría sobre sus visitas a Francisco Morán (1934-1938), SetD 3 (2009), p. 398; la carta, que es del 22 de diciembre de 1935, es mencionada en nota a pie de página por el editor del documento.

30 Miguel Deán, testimonio, 20 de septiembre de 1975, p. 8 (AGP, A.5, 206-3-6).

31 Ángel Santos, testimonio, septiembre de 1975, p. 2 (AGP, A.5, 245-2-15).

32 Ángel Santos, testimonio, septiembre de 1975, p. 5 (AGP, A.5, 245-2-15).

33 Miguel Deán, testimonio, 20 de septiembre de 1975, p. 15 (AGP, A.5, 206-3-6). El Bomba (o, también, el Bombita) fue Ricardo Torres, un torero activo a comienzos del siglo XX, famoso por su temeridad. De él se decía que nunca una cornada (recibió muchas a lo largo de su carrera) le había hecho perder la sonrisa. De ahí la expresión coloquial «más tranquilo que el Bomba», quizá poco familiar fuera de España.

34 Manuel Sainz de los Terreros, Memoria del comienzo y actuación de la O. de S. Gabriel, nota manuscrita, 29 de enero de 1936, p. 7 (AGP, A.2, 40-4-6). De esas clases para obreros en Carabanchel, solicitadas por un párroco a través de las teresianas, había hablado Escrivá con el vicario general de la Diócesis un par de veces, en enero y febrero de 1935, pero en posteriores conversaciones el tema no parece haber salido. Cfr. Casas Rabasa, Las rela- ciones, pp. 388-389.

35 Sociedad de Colaboración Intelectual. Lista de socios, nota mecanografiada, 9 de junio de 1936 (AGP, A.2, 40-4-2).

36 Cfr. Toranzo, Los comienzos, pp. 87-89.

37 Carta de Lorenzo Vilas a José María Albareda, Logroño, 23 de junio de 1939 (AGP, A.2, 40-3-1).

38 Tomás Alvira, testimonio, 28 de enero de 1976, p. 11 (AGP, A.5, 193-1-1). En su testimonio, Ángel Santos da una lista de asistentes a ese curso de retiro que difiere un poco de la de Alvira: en ella no figuran ni Cantera ni López de Zuazo, y en cambio aparecen Ángel Cabetas, profesor de instituto, y Mariano Tomeo Lacrué, profesor auxiliar de la Universidad de Zaragoza (Ángel Santos, Testimonio, septiembre de 1975, p. 3, AGP, A.5, 245-2-15).

39 Cfr. Pedro Casciaro, Soñad y os quedaréis cortos, Madrid, Rialp, 1994, pp. 175-176.

40 Sociedad de Colaboración Intelectual, nota manuscrita, enero de 1940 (AGP, A.2, 40-4-4).

41 Reunión de la Sociedad de Colaboración Intelectual, nota manuscrita, 5 de enero de 1940 (AGP, A.2, 40-4-4).

42 «Vilas dice que […] cuando las comisiones trabajen empiecen rezando las preces y haciendo el comentario del Evangelio del día» (Reunión de la So-Co-In, nota mecanografiada, 26 de enero de 1940, AGP, A.2, 40-4-4). De estas preces ‒las mismas que se rezaban en los círculos de San Rafael, pero con invocaciones al arcángel san Gabriel y a san Pablo en vez de san Rafael y san Juan‒ se conservan, unidos a las actas de las reuniones, algunos ejemplares multicopiados.

43 Reunión, nota manuscrita, 2 de marzo de 1940 (AGP, A.2, 40-4-4).

44 José María Albareda, Socoin, nota manuscrita (AGP, A.2, 40-4-2).

45 «No hay más novedades que la consabida reunión por la tarde de los farmacéuticos y naturalistas. Es el escuadrón de José María Albareda que viene a recibir orientaciones como todas las semanas» (diario del centro de la calle Martínez Campos, 23 de marzo de 1941, AGP, D157-20).

46 «Hoy se ha clavado en la puerta de la escalera una chapa de cobre con letras esmaltadas que dice: Sociedad de Colaboración Intelectual. De esta manera no chocará el movimiento de gente que tiene que haber en casa con motivo principalmente de la Socoin» (diario del centro de la calle Martínez Campos, 2 de agosto de 1940, AGP, D157-20). La placa, recordada en los libros que recrean aquella época (cfr. José María Casciaro, Vale la pena. Tres años cerca del Fundador del Opus Dei: 1939-1942, Madrid, Rialp, 1998, p. 146), se encuentra, junto con una estampilla también de So-Co-In, en AGP, A.2, 40-4-3.

47 Diario del centro de la calle Martínez Campos, 2 de agosto de 1940 (AGP, D157-20).

48 Diario del centro de la calle Martínez Campos, 16, 22, 27 y 31 de marzo, 2, 17, 24 y 26 de abril y 1 de mayo de 1941 (AGP, D157-20).

49 Miguel Deán, testimonio, 20 de septiembre de 1975, pp. 14 y 22-27 (AGP, A.5, 206-3-6).

50 Casciaro, Soñad, p. 176.

51 Diario del centro de la calle Martínez Campos, 1 de julio de 1941 (AGP, D157-20). El propio Ángel Santos recordará años más tarde aquellos hechos, en su testimonio sobre san Josemaría (Ángel Santos, testimonio, septiembre de 1975, p. 16, AGP, A.5, 245-2-15).

52 Cfr. Onésimo Díaz, Las oposiciones a cátedras de profesores miembros del Opus Dei en la posguerra española (1939-1945), en Teresa María Ortega López – Eloísa Baena Duque (dirs.), Actas del IX Congreso Internacional Investigadores del Franquismo: 80 años de la guerra civil española. Granada 10 y 11 de marzo de 2016, Sevilla, Junta de Andalucía, 2017, pp. 485-487.

53 Casciaro, Vale la pena, pp. 146-147. Cfr. Qué pasa, 22 de mayo de 1941, p. 13 (artículo sin título y sin firma).

54 John Coverdale, La fundación del Opus Dei, Barcelona, Ariel, 2002, p. 316. El episodio es relatado con más detalle, incluyendo nombre y apellidos del imaginativo denunciante y ocasión de sus declaraciones, en José Orlandis, Años de juventud en el Opus Dei, Madrid, Rialp, 1993, pp. 179-182.

55 Diario del centro de la calle Martínez Campos, 23 de mayo de 1941 (AGP, D157-20).

56 Diario del centro de la calle Martínez Campos, 25 de mayo de 1941 (AGP, D157-20).

57 Diario del centro de la calle Martínez Campos, 26 de mayo de 1941 (AGP, D157-20).

58 Diario del centro de la calle Martínez Campos, 27 de mayo de 1941 (AGP, D157-20).

59 Diario del centro de la calle Martínez Campos, 19 de junio de 1941 (AGP, D157-20).

60 Diario del centro de la calle Martínez Campos, 2 de septiembre de 1941 (AGP, D157-20).

61 Ricardo Fernández Vallespín, Instancia al Jefe Superior de Policía, 16 de enero de 1942 (copia en AGP, A.2, 40-4-2).

62 Colegios Mayores, nota manuscrita anónima (la letra no es la de Josemaría Escrivá), sin fecha, AGP, A.2, 40-4-2. Parece posterior a 1939. Consta de once puntos telegráficos: prin- cipalmente, nombres de personas a las que cabría consultar, tanto en España como en otros países (el padre Gemelli, por ejemplo).

63 Tomás Alvira, testimonio, 28 de enero de 1976, p. 15 (AGP, A.5, 193-1-1).

64 Cfr. Constantino Ánchel, La predicación de san Josemaría. Fuentes documentales para el periodo 1938-1946, SetD 7 (2013), pp. 125-198.

65 Tomás Alvira, testimonio, 28 de enero de 1976, p. 16 (AGP, A.5, 193-1-1).

66 Cfr. Víctor García Hoz, Tras las huellas del beato Josemaría Escrivá de Balaguer (Ideas para la educación), Madrid, Rialp, 1997, pp. 29-32.

67 Víctor García Hoz, relación, 15 de julio de 1975, p. 13 (AGP, A.5, 214-2-3).

68 Vázquez, Tomás Alvira, p. 142.

69 Cfr. Andrés Vázquez de Prada, El Fundador del Opus Dei, Madrid, Rialp, 1997-2003, vol. III, p. 156.

70 Tomás Alvira, nota, 3 de noviembre de 1960 (AGP, A.2, 40-3-2).

71 Diario del centro de Città Leonina, 13 de febrero de 1947 (AGP, D 426-20).

72 Cfr. Amadeo de Fuenmayor ‒ Valentín Gómez-Iglesias ‒ José Luis Illanes, El itinerario jurídico del Opus Dei. Historia y defensa de un carisma, Pamplona, Eunsa, 1989, p. 179.

73 Cfr. Vázquez, Tomás Alvira, p. 143.

74 Cfr. ibid. García Hoz quiso inmortalizar su visita a Escrivá con unas imágenes de cine amateur que, por desgracia, no parecen haber sobrevivido: «Víctor que trajo una máquina tomavistas hizo unos metros de películas. A toda costa quería sacar al Padre» (diario del centro de Città Leonina, 12 de abril de 1947, AGP, D 426-21).

75 Mariano Navarro Rubio, testimonio sobre Tomás Alvira, 1995, cit. en Vázquez, Tomás Alvira, p. 144.

76 Ibid.

77 Cfr. Cano, Los primeros supernumerarios, pp. 258-278.

78 Pío XII, Const. ap. Provida Mater Ecclesia, 2 de febrero de 1947, art. III, §2, AAS 39 (1947), p. 121.

79 Cfr. de Fuenmayor – Gómez-Iglesias – Illanes, El itinerario, pp. 199-200.

80 Cfr. Vázquez de Prada, El Fundador, vol. III, p. 154.

81 Cfr. de Fuenmayor – Gómez-Iglesias – Illanes, El itinerario, pp. 200-201.

82 Ibid., p. 205.

83 Diario, Molinoviejo 25 de septiembre de 1948 (AGP, A.2, 40-3-5). No es cierto que algunos tuvieran más de cincuenta años. El mayor, Jesús Fontán, tenía cuarenta y siete.

84 Diario, Molinoviejo 28 de septiembre de 1948 (AGP, A.2, 40-3-5).

85 Víctor García Hoz, relación, 15 de julio de 1975, p. 18 (AGP, A.5, 214-2-3).

86 Cfr. de Fuenmayor – Gómez-Iglesias – Illanes, El itinerario, p. 202.

87 Cfr. ibid., p. 236.

88 Cfr. Luis Cano, Instrucciones, en José Luis Illanes ‒ José Luis González Gullón et al. (eds.), Diccionario de San Josemaría Escrivá de Balaguer, Roma-Burgos, Istituto Storico San Josemaría Escrivá ‒ Monte Carmelo, 2013, pp. 652-653; José Luis Illanes, Obra escrita y predicación de san Josemaría Escrivá de Balaguer, SetD 3 (2009), pp. 237-238.

89 Manuel Sainz de los Terreros, “Memoria del comienzo y actuación de la O. de S. Gabriel”, nota manuscrita, 29 de enero de 1936, p. 7 (AGP, A.2, 40-4-6).

90 Cfr. Cano, “Instrucciones”, p. 650.

91 Cfr. Beat Müller, Datos informativos sobre la prelatura del Opus Dei, Madrid, Oficina de Información de la Prelatura del Opus Dei en España, 2014, p. 17.

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