Un mar sin orillas

Las primeras mujeres del Opus Dei en Argentina. Algunas notas sobre el contexto de la década de 1950

En 1953 se puso en marcha el primer centro de mujeres del Opus Dei en Argentina. Un pequeño inmueble, ubicado en la calle 25 de Diciembre de la ciudad de Rosario, sirvió de escenario para organizar actividades de formación espiritual y promover proyectos destinados al desarrollo humano, cultural y social de la mujer. Al igual que en los centros análogos surgidos en España a partir de los años treinta, y en otras ciudades del mundo durante las dos décadas siguientes, “Veinticinco” –como se comenzó a llamar coloquialmente– se convirtió en un espacio de actividades de formación propias del Opus Dei: charlas, círculos, retiros mensuales, meditaciones. Desde allí se impulsó, sobre todo en los primeros años, la expansión hacia otras ciudades argentinas y países vecinos.

A lo largo de estas páginas se propone explorar algunos rasgos sobre los inicios de la labor de mujeres del Opus Dei en Argentina; trazar algunas líneas generales sobre sus perfiles socio-profesionales 1; exponer las características del contexto socio-cultural del país en esos primeros años en que transcurrió la llegada y expansión del Opus Dei. Finalmente retratar, a partir de fuentes testimoniales, las andanzas de un puñado de mujeres para poner en marcha iniciativas del Opus Dei en Rosario y, posteriormente, expandirlas por otras ciudades.

El cardenal Caggiano y la Acción Católica Argentina

Tal como han documentado algunas investigaciones, que constituyen antecedentes de gran importancia para este trabajo, el Opus Dei tuvo su punto inicial en Argentina en 1950 en la ciudad de Rosario, ubicada en la provincia de Santa Fe. El arribo de la institución fue alentado por el entonces obispo de Rosario y cardenal, Antonio Caggiano, quien solicitó a Josemaría Escrivá que la institución comenzara a trabajar en su diócesis 2.

Caggiano hacía dos décadas se había convertido en una de las figuras sobresalientes del catolicismo en Santa Fe. Desde comienzos del siglo en dicha provincia se habían puesto en marcha distintas instituciones y asociaciones impulsadas por laicos –y en ocasiones apoyadas desde el episcopado– destina- das a sostener y difundir los valores cristianos en una sociedad que atravesaba cambios políticos y sociales 3. Hacia 1929 el episcopado argentino impulsó la formación de la Acción Católica Argentina (ACA). La iniciativa se alineaba a la invitación del Papa Pío XI de organizar esta institución en diversos países. Para ello el episcopado designó a Antonio Torres en la ciudad de Santa Fe y a Antonio Caggiano en la ciudad de Rosario para que iniciaran las tareas organizativas. En abril de 1931, finalmente, se fundó la Acción Católica Argentina cuyo objetivo fue promover los valores humanos y cristianos. Caggiano lo resumía, en 1932, de esta forma:

Significa crear grupos de católicos decididos y capacitados para ser apóstoles: esto se consigue haciéndoles gustar la satisfacción de una vida cristiana fervorosa y dándoles una instrucción sólida, que luego debe ser completada y perfeccionada. En esto consistirá la vida o la muerte de nuestra Acción Católica, su vigoroso desarrollo o su vida anémica y lánguida: en que sepamos trabajar sin desfallecimientos, sin dejarnos impresionar por el silencio de nuestro mismo trabajo, en fundar nuestras asociaciones y darles primero una sólida vida interior, para poder después actuar sobre los demás 4.

Durante los años treinta la institución experimentó un crecimiento interesante, puesto de manifiesto tanto en la conformación de Círculos y Centros en distintas ciudades del país –aunque su principal foco estuvo en el Litoral y Córdoba– como en la incorporación de numerosos asociados en sus cuatros ramas, de las cuales la femenina fue la más dinámica 5. No corresponde en estas páginas detenernos en la historia de la ACA, pero sí resulta pertinente señalar cómo dicha institución marcó el ambiente católico de los años previos a la llegada del Opus Dei a la Argentina.

En 1934 Caggiano fue designado obispo de la nueva diócesis de Rosario. Una de sus primeras medidas fue organizar la estructura de la iglesia local a partir de las parroquias existentes, la vicaría foránea y la puesta en marcha de un seminario. Además, realizó varias intervenciones de las cuales se distinguen la defensa acérrima de la enseñanza religiosa y su postura en la cuestión social del país, manifestándose en contra de la precariedad en que vivían los sectores obreros 6.

Paralelamente, como asesor general de la ACA, supo captar e impulsar la necesidad del apostolado laical en su diócesis. Por ello, hacia finales de los años cuarenta entendió que la actividad realizada por los miembros del Opus Dei podía ser de gran ayuda en su tarea evangelizadora. Su primer contacto con la institución se había producido en febrero de 1946 cuando Caggiano acudió a Roma para ser nombrado cardenal. Por esa misma fecha, Álvaro del Portillo se encontraba en la Ciudad Eterna con el propósito de solicitar al Vaticano la aprobación jurídica del Opus Dei. Del Portillo aprovechó el consistorio celebrado por Pío XII, en el que había designado 32 nuevos cardenales, para dar a conocer la labor apostólica del Opus Dei y, así, conseguir cartas comendaticias de algunos prelados 7. Allí tomó contacto con Caggiano quien, tiempo después, escribió a Josemaría Escrivá para solicitarle que los fieles del Opus Dei comenzaran una actividad apostólica estable en la diócesis de Rosario 8.

La petición de Caggiano coincidió con un período en el que la ACA comenzaba a mostrar los primeros síntomas de retraimiento entre sus socios. Omar Acha señala que si bien hasta finales de la década del cuarenta la curva de crecimiento de los socios de la ACA se mantuvo, no fue lineal ni homogénea, pues algunas ramas crecieron más que otras. A partir de 1950 se detecta en los registros una disminución considerable del número de socios, el cual varió según las edades, sectores sociales y regiones del país 9. De acuerdo a las publicaciones internas de la ACA, algunos eclesiásticos, entre ellos Caggiano, manifestaron por esos años cierta preocupación al observar que el fervor vivido durante el Congreso Eucarístico Internacional, celebrado en Buenos Aires en 1934, no había tenido un correlato duradero en el laicado. En su análisis coincidieron en la necesidad de continuar trabajando en diversas líneas de acción para realizar tareas apostólicas en diversos estratos de la sociedad 10.

En ese contexto, Josemaría Escrivá atendiendo el pedido del cardenal, y tras un primer viaje exploratorio realizado en 1948, por el sacerdote Pedro Casciaro y los jóvenes catedráticos José Vila e Ignacio de la Concha, envió una segunda expedición con el propósito de conocer el panorama general de la diócesis de Rosario y decidir si, en un futuro próximo, comenzar las actividades de formación cristiana 11. Este viaje formaba parte de la dinámica expansiva del Opus Dei: estuvo presente desde los inicios de la institución, aunque los escenarios bélicos de la época obligaron a retrasar los viajes por diferentes geografías 12.

La llegada del Opus Dei a Argentina

El 12 de marzo de 1950 llegaron a Buenos Aires el sacerdote Ricardo Fernández Vallespín y los profesores Ismael Sánchez Bella, catedrático de la Universidad de La Laguna, y Francisco Ponz Piedrafita, de la Universidad de Barcelona. Días más tarde, Férnandez Vallespín viajó a Rosario para entrevistarse con Caggiano, quien expresó en reiteradas oportunidades el deseo de que cuanto antes comenzaran el trabajo apostólico en su diócesis. En los días sucesivos los tres hombres iniciaron tareas exploratorias, el sacerdote viajó a distintas diócesis para conocer a personas con las que los habían contactado desde España y Buenos Aires y entrevistarse con los obispos del lugar. Asimismo los tres miembros del Opus Dei buscaron conocer el ambiente de la ciudad y para ello les resultó de gran utilidad dictar conferencias sobre sus respectivas profesiones 13.

Pronto el panorama inicial del sacerdote cambió al recibir una misiva de Escrivá en la que le solicitaba cuanto antes establecer una residencia de estudiantes universitarios en Rosario. Sin embargo, Ponz Piedrafita debió regresar a España a cumplir compromisos asumidos previamente 14, por lo que la tarea recayó sobre el sacerdote e Ismael Sánchez Bella. Ambos realizaron las averiguaciones pertinentes y la búsqueda de donaciones para alquilar una casa que reuniera las condiciones básicas para abrir la residencia de estudiantes siguiendo el estilo de las que ya existían en España y otros países. Estas residencias se caracterizaban por ser no solamente una pensión de estudiantes sino, además, aspiraban a ser focos de irradiación cultural y propagadoras del mensaje cristiano de santificación en medio del mundo. Para ello ofrecían formación espiritual y fomentaban entre los residentes un ambiente de estudio 15. Poco a poco a lo largo de 1950 y 1951 lograron impulsar la labor apostólica entre varones en Rosario y preparar el terreno para, en 1952, comenzar en Buenos Aires.

La llegada a Rosario del sacerdote Ignacio Echeverría, en diciembre de 1951, implicó un nuevo impulso apostólico en esa ciudad 16. A los pocos días, al saludar en Navidad al obispo Caggiano, Echeverría conoció a las integrantes del Consejo Diocesano de la Acción Católica, quienes –siguiendo la tradición de la diócesis– le dieron la bienvenida a la ciudad 17. A comienzos del año siguiente las jóvenes de la ACA solicitaron a Echeverría su colaboración. Cada año, en las fechas de carnaval, el grupo realizaba unos ejercicios espirituales, pero en esta ocasión no contaban con un sacerdote para que los predicase. Esta necesidad no parece sorprender si se tiene en cuenta que una de las preocupaciones del momento dentro de la Iglesia argentina era el esfuerzo adicional que debían hacer los sacerdotes para alcanzar a atender necesidades parroquiales y las actividades y reuniones de los Centros y Círculos de la ACA conformados en su parroquia 18.

El sacerdote español aceptó el pedido y, a partir de entonces, tomó contacto con jóvenes católicas interesadas en crecer en su vida de piedad. Entre el 23 y el 26 de febrero predicó los primeros ejercicios espirituales para jóvenes de la ACA en la sede del colegio Sagrada Familia. Paralelamente, el día 24, predicó un retiro mensual para las dirigentes de la ACA. Como consecuencia de esos días varias de las jóvenes le consultaron sobre la posibilidad de tener dirección espiritual con él. Una de ellas, Ana María Bat, consiguió que el sacerdote español pudiera atender confesiones en la capilla del colegio de Nuestra Señora de la Misericordia, dos veces por semana 19.

Este primer acercamiento a las jóvenes guarda algunos puntos de comparación y similitud con lo sucedido en España cuando, en la primera mitad de la década de 1940, el fundador del Opus Dei y Álvaro del Portillo predicaron ejercicios espirituales a jóvenes universitarias de la Acción Católica en diferentes ciudades españolas 20. Algunas de las primeras vocaciones al Opus Dei colaboraban activamente en la Acción Católica. Por ejemplo, Encarnación Ortega era delegada de aspirantes, Enriqueta Botella (Enrica) había sido nombrada vocal de piedad, Narcisa González Guzmán (Nisa) participaba activamente en las actividades realizadas en León 21.

En los meses siguientes fue aumentando el número de mujeres que Ignacio Echevarría asistía sacerdotalmente en el colegio. “Mientras esperaban para confesarse, algunas hacían la oración con Camino, otras rezaban el Rosario […]. En aquellos momentos aprovechaban para conversar: se presentaban entre ellas, se iban conociendo” 22. Según algunos testimonios de la época Camino, libro que recoge puntos de meditación escritos por el fundador, ya era conocido entre varias jóvenes que lo utilizaban para sus reflexiones diarias 23. Luego, Echeverría comenzó a predicar retiros mensuales dirigidos a jóvenes y mujeres adultas en la capilla del Colegio de las Hermanas Franciscanas.

Por entonces, el sacerdote español fue nombrado asesor de la Acción Católica y se le solicitó que predicara retiros mensuales de todo un día para las jóvenes de la institución. Asimismo, en abril de 1952, un grupo de jóvenes le pidió que impartiera ejercicios espirituales durante la Semana Santa. Meses más tarde, en octubre, Echeverría impartió otros ejercicios espirituales en la sede de la Escuela de Enfermeras del Hospital Ereyre.

De la lista de asistentes a todos esos ejercicios espirituales se revela que algunas serían, más tarde, las primeras en solicitar la admisión al Opus Dei y en participar de las actividades de la obra de San Rafael y la obra de San Gabriel 24. Entre ellas figuran Nélida Valdettaro, Julia Capón y Ofelia Vitta (presidenta de las Jóvenes de Acción Católica), quienes mostraron mayor interés en el mensaje y propuesta del Opus Dei. La primera solicitó la admisión como numeraria, pero poco tiempo después decidió no seguir ese camino. Por su parte, Capón y Vitta solicitaron la admisión como numerarias en agosto y en diciembre de 1952 respectivamente 25.

Si bien Josemaría Escrivá llevaba un tiempo preparando el viaje de un grupo de mujeres españolas hacia Argentina, los trámites de visado habían retrasado el asunto. Por lo general, estos eran organizados en pequeños grupos de dos o tres personas, pero resultó que de las tres mujeres que debían viajar, solo consiguió un permiso inmediato Sabina Alandes, mientras que a Rosa María Ampuero y Sofía García no les fue concedido. Por entonces, la legislación migratoria argentina establecía que para garantizar la permanencia de un extranjero en el país se requería tener una carta de llamada. El historiador Fernando Devoto ha señalado que durante el peronismo (1946-1955) la enorme estructura administrativa de la Dirección de Migraciones y oficinas consulares, el poco personal en esas reparticiones, y el exceso de migrantes hicieron que el sistema no funcionara correctamente. En su interior abundaron las contradicciones y, en ocasiones, la corrupción 26. Todo ello provocó que el viaje de las tres españolas fuera retrasado. Si bien Caggiano se ofreció para agilizar los trámites consulares enviando una carta de llamada para ambas numerarias, desde el Opus Dei “no se aceptó ese recurso, dejando bien en claro la secularidad” 27 de los miembros de la institución. Finalmente, Ampuero y García consiguieron el permiso en julio de 1953. En mayo del año siguiente llegó a Buenos Aires Dolores (Loly) Serrano.

El arribo de Sabina Alandes, en diciembre de 1952, supuso un impulso para poner en marcha el primer centro de mujeres y extender las actividades de formación y apostolado en Rosario. El plan original era que Alandes junto a Julia Capón, a quien llamaban Kitty, se instalaran en la casa de Nélida Valdettaro que vivía sola. Sin embargo, no pudo concretarse el proyecto porque esta última enfermó de tuberculosis. Los médicos le recomendaron internarse en un sanatorio, ubicado en la provincia de Córdoba, que se especializaba en el tratamiento de esta enfermedad. Durante los meses siguientes las otras tres mujeres la acompañaron y visitaron, hasta que Valdettaro decidió no incorporarse al Opus Dei.

Debido al cambio repentino de planes Alandes se alojó durante unos meses en la casa de los padres de Capón hasta que alquilaron un inmueble, ubicado en la calle 25 de Diciembre. Pronto buscaron acondicionarlo para tener ahí eventos de formación espiritual y, también, para promover nuevos proyectos destinados al desarrollo humano y social de la mujer. A partir de entonces, la actividad apostólica creció. Frecuentaban el centro numerosas jóvenes, algunas de las cuales pronto solicitaron la admisión en el Opus Dei.

Las primeras vocaciones en Argentina

Detengamos por un momento el relato cronológico para interrogarnos sobre quiénes eran esas mujeres que solicitaron la admisión al Opus Dei. Conviene advertir que en esta ocasión no es nuestro objetivo adentrarnos en el estudio exhaustivo de sus perfiles y trayectorias, sino plantear un primer acercamiento al tema. Para ello esbozaremos algunos datos generales sobre sus profesiones u oficios, que nos permiten situarlas en el contexto general del país 28.

A partir de los datos brindados por el Archivo General de la Prelatura y por la Asesoría Regional del Plata se confeccionó una lista tentativa que incluye a 155 mujeres que solicitaron la admisión al Opus Dei en Argentina entre 1952 y 1962. Entre ellas se cuentan: 59 numerarias, 35 agregadas, 6 numerarias auxiliares y 55 supernumerarias, distribuidas mayormente en Rosario y la ciudad de Buenos Aires 29. Por el momento se ha reunido información referida a sus estudios o formación profesional del 41,2% del universo de estudio, es decir de 64 de las 155 mujeres.

Formación profesional de las primeras mujeres del Opus Dei en Argentina

Abogada 3
Arquitecta 4
Artista plástica 4
Bioquímita / Farmacéutica / Bióloga 3
Lic. en Cs. de la Educación / Pedagogía 10
Contadora 2
Costurera 1
Docente 21
Enfermera 2
Lic. en Adminstración 2
Lic. en Matemáticas 4
Médica 2
Periodista 2
Relojera 1
Secretaria / Administrativa 3

 

Elaboración en base a fuentes consultadas.

El gráfico permite ilustrar la variedad de profesiones y oficios que desempeñaron, siendo las áreas de educación y pedagogía las más ejercidas por estas mujeres. En efecto, la mitad de ellas fueron docentes o se especializaron en ciencias de la educación o pedagogía. El resto ejerció diversas profesiones tales como arquitectura, contador, artes plásticas, bioquímica/farmacia, medicina, enfermería, periodismo, entre otras.

Vale la pena subrayar que las trayectorias individuales no son estáticas y que el gráfico anterior no refleja las andanzas laborales y profesionales de estas mujeres a lo largo de su vida. Al momento de solicitar la admisión un puñado de ellas se encontraba cursando sus estudios universitarios. Julia Capón era estudiante en la Universidad Nacional del Litoral donde cursaba Estadística y Matemáticas; María Elsa Fabris y Ana María Brun estudiaban Lengua; Estela Barbero cursaba Historia; Alba María Blotta era estudiante de Ciencias de la Educación; Evangelina del Forno estudiaba Arquitectura 30 y Carmen Calabrese era estudiante de Bioquímica 31.

Otras en cambio ya desempeñaban sus trabajos en diversos sectores: María Teresa Pequich, primera agregada, era empleada en una compañía de seguros 32; Ofelia Vitta era maestra; Emilia Avezza, relojera; Teodosia Mercedes Martínez hizo cursos de secretariado y se dedicó profesionalmente a la administración de instituciones; Nereida Brumat trabajó como preceptora en el colegio Liceo Avellaneda mientras estudiaba abogacía; Ana María Brun se había recibido de Tenedor de Libros Oficial y se había especializado en francés, al momento de conocer la Obra trabajaba como secretaria particular para un contador general de una compañía de textiles 33. Por su parte, Nélida Lizaso y María Isabel Verri, que solicitaron la admisión en Buenos Aires como numerarias en 1958 y 1959 respectivamente, realizaban trabajos administrativos en el Departamento de Documentación Personal de la Policía Federal 34. Más tarde, ambas hicieron estudios universitarios: Lizaso se licenció en Biología y Verri en Ciencias de la Educación.

Por su parte, entre las supernumerarias se observan perfiles sociales y ocupacionales muy diversos. De los datos recopilados hasta el momento se tiene información sobre la profesión/oficio únicamente de 16 de las 55 mujeres, de las cuales el 62,5% era docente. Aunque también había otros perfiles muy heterogéneos. A modo ilustrativo se puede citar brevemente la trayectoria de María Sánchez de Clinton y de Carmen Ferrer, ambas vivían en Buenos Aires. La primera había nacido en un barrio porteño y era hija de un portero de edificio. Conoció el Opus Dei a los 17 años y solicitó la admisión como supernumeraria. Más tarde se casó con un joven irlandés que se dedicaba a la reparación de calderas en edificios del distinguido barrio Recoleta. Durante su vida desempeñó el oficio de costurera 35. Por su parte Carmen Ferrer, era una española que se había radicado en Buenos Aires junto a su familia por razones de negocio de su marido. La familia gozaba de una posición económica acomodada, y a lo largo de su vida Carmen se dedicó a las tareas del hogar y la crianza de sus hijos.

Asimismo, se observan diversos backgrounds entre las primeras numerarias españolas que llegaron al país. Sabina Alandes provenía de una familia acomodada de España. Allí había comenzado el bachiller con la intención de ir luego a la universidad, pero la Guerra Civil española truncó ese proyecto. Cuando la contienda bélica finalizó, en 1939, optó por terminar sus estudios en el colegio de dominicas de la Anunciata. Poco tiempo después pidió la admisión al Opus Dei como numeraria 36. Por su parte María José Vázquez González estudió la carrera de Farmacia en Santiago de Compostela; mientras María Teresa Zumalde Medina trabajó en la administración doméstica del centro Molinoviejo y recibió formación cultural y doctrinal religiosa en el Colegio Romano de Santa María.

Estas breves pinceladas sobre sus perfiles ponen en evidencia que no se trató de un grupo homogéneo ni con un perfil profesional/ocupacional definido. Por el contrario, esta heterogeneidad obedecía al deseo de Josemaría Escrivá de recibir en la institución a todos los estratos sociales 37. En una entrevista el fundador comentaba: “Hoy forman parte de la Obra personas de todas las profesiones: no sólo médicos, abogados, ingenieros y artistas, sino también albañiles, mineros, campesinos; cualquier profesión: desde directores de cine y pilotos de reactores hasta peluqueras de alta moda” 38.

También estas cifras guardan cierta consonancia con la situación de la mujer en Argentina durante las décadas de 1950 y 1960. Por ello antes de avanzar conviene situar a nuestro grupo de estudio en el contexto de esos años a fin de comprender los rasgos de la época en la que este puñado de mujeres lograron desarrollar y expandir la institución en Argentina y países vecinos.

Las mujeres en Argentina y su inserción en la vida pública

A lo largo del siglo XX, la mujer se insertó gradualmente en nuevos espacios y roles sociales, alcanzando en los años cincuenta y sesenta un aumento notable de su presencia en diversos ámbitos de la sociedad argentina. Ello fue acompañado, y posibilitado, por una transformación social, cultural y política.

Diversos autores afirman que la presencia femenina en el mundo del trabajo urbano y en las universidades argentinas se visibilizó, sobre todo, durante el proceso de modernización que se produjo entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Este proceso se basó en dos pilares fundamentales: la inserción del país en el mercado externo como exportador de bienes primarios y como receptor de capitales extranjeros; y la llegada masiva de inmigrantes europeos que incrementó notoriamente la población.

Según las cifras estudiadas por Queirolo, entre 1914 y 1960 se produjo un crecimiento de la cantidad de mujeres asalariadas en Argentina. Según datos censales trabajados por la autora, en 1914 había 714.863 mujeres trabajadoras en diversos rubros; mientras que en 1960 había 1.645.415. Es decir, durante este período, la cantidad de mujeres que desempeñaban trabajos remunerados en Argentina se duplicó. No obstante, la proporción de mujeres respecto al total de personas asalariadas se mantuvo casi constante porque, aproximadamente, por cada 100 personas asalariadas 22 eran mujeres. Estas cifras son representativas de la Argentina en su totalidad, aunque ciertamente hubo ciudades en las que se produjo un crecimiento constante del porcentaje de mujeres respecto al total de personas asalariadas. Tal fue el caso de la ciudad de Buenos Aires: de cada 100 personas ocupadas, el 25% fueron mujeres en 1914; 27,98 % en 1947 y el 31,93% en 1960 39.

Por supuesto que los diversos oficios y profesiones que ejercían las mujeres exigían saberes y formaciones técnicas o profesionales específicas 40. Ello implicaba que algunas de las alternativas laborales a las que accedían las mujeres gozaban de mayor prestigio y, tal como señala Fernando Rocchi, se las relacionaba con cierta movilidad social ascendente 41. Por ejemplo, como alternativa al trabajo de obrera en una fábrica o el servicio doméstico (mucamas y cocineras), algunas mujeres optaron por el llamado empleo domiciliario que consistía en realizar trabajos en el hogar por encargo de una fábrica, taller o casa comercial. Estas mujeres, por lo general, se dedicaban a la costura, lavado y planchado de ropa. Algunas de ellas aprendían el oficio de costurera a través de cursos de corte y confección por correo.

Por otra parte, algunas jóvenes lograban acceder a trabajos de mayor prestigio como empleadas de grandes tiendas o como administrativas, telefonistas o dactilógrafas en servicios públicos 42. Este sector había aumentado considerablemente en los años veinte. Desde entonces la presencia de mujeres fue in crescendo. Aquellas que accedían a este tipo de empleos por lo general habían concluido únicamente la educación primaria obligatoria 43, y luego habían adquirido destrezas y conocimientos específicos para trabajos administrativos y comerciales en academias privadas de enseñanza comercial. Una de las más prestigiosas en Argentina fue la Academia Pitman, fundada en 1919. Dos décadas más tarde tenía sedes en varias provincias argentinas y en Montevideo (Uruguay). Dichas academias ofrecían una formación y capacitación breve a un costo no muy elevado, garantizando la inmediata inserción laboral 44.

Aquellas mujeres que tuvieron la posibilidad de recibir una escolaridad completa pudieron incorporarse a la docencia o brindar servicios sanitarios y, en algunos casos, acceder a la universidad. Como es sabido, hasta finales de 1960, la formación de maestras se realizaba en el nivel medio a través de las Escuelas Normales. En ellas se impartía la enseñanza necesaria sobre didáctica, pedagogía y principios patrióticos para el ejercicio del magisterio 45. Por su parte, los servicios sanitarios que ejercían las mujeres consistían, sobre todo, en las tareas de parteras, comadronas y enfermeras. Su ejercicio y capacitación, tradicionalmente asociados a la labor femenina, fueron regulados, desde finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, por el Estado nacional y por las gestiones municipales en función a los problemas relacionados a recursos materiales, disponibilidad de médicos, entre otras cuestiones.

Por esos años se detecta un incremento femenino en las universidades. Argentina fue uno de los cinco países latinoamericanos que desde finales del siglo XIX permitió la incorporación de mujeres a las universidades 46 Este proceso de inclusión fue lento, pero ininterrumpido. Tal como señala Palermo, aun cuando esta situación debe enmarcarse en el contexto general de transformaciones que se operaron en el mundo occidental, la situación particular del país presenta algunos rasgos claves que permiten entender la presencia femenina en las universidades 47.

Los debates que se dieron desde comienzos del siglo XIX en torno a la educación de la mujer, fueron cobrando mayor fuerza y vigor hacia finales de la centuria cuando no sólo se dio la expansión de la educación primaria como un agente de homogeneización de la población sino, también, el desarrollo de la enseñanza media y superior. Estas últimas estuvieron orientadas, sobre todo, a la formación de las élites dirigentes nacionales y provinciales en el marco de la consolidación del Estado que requirió de personal específico.

En Argentina, a diferencia de países como Estados Unidos e Inglaterra, la formación universitaria de las mujeres no contó con programas o instituciones propias y separadas de la enseñanza de los varones. Por el contrario, los estatutos y reglamentos universitarios no establecieron restricciones formales para que estas pudieran inscribirse u obtener un diploma 48.

Hay registros correspondientes a los últimos años del siglo XIX en los que figuran algunas mujeres que ingresaron a la universidad para estudiar ciencias relacionadas a la salud 49. Otras carreras escogidas fueron, por ejemplo, las dictadas en la Facultad de Filosofía y Letras, creada en 1901, en la cual se cuentan cuatro mujeres entre los primeros nueve graduados. Por su parte, según señala García, desde los inicios de la Facultad/Museo de la Plata y de la Escuela de Ciencias Naturales de la Universidad de Buenos Aires se contó con la presencia femenina en sus aulas, logrando incluso obtener becas, distinciones, premios y acceso a puestos de colaboración y ayudantía en museos, laboratorios, y oficinas de investigación del gobierno. La autora señala que la mayoría de las alumnas realizaron antes o en paralelo estudios de profesorado para poder insertarse en el mercado laboral como docentes 50. En cambio, en otras carreras, la inserción fue más lenta. Por ejemplo, la primera mujer que egresó de la Facultad de Abogacía lo hizo en 1910. Sin embargo, le impidieron ejercer la profesión. El dilema sólo se resolvió tras la apelación de la abogada ante la Suprema Corte de Justicia, que autorizó su matriculación y ejercicio de la profesión. Por su parte, en 1918, egresó la primera mujer ingeniera argentina, que fue también la primera de América del Sur; mientras que las primeras arquitectas lo hicieron en la década de 1930 51.

Según los datos extraídos del boletín publicado por la Oficina de la Mujer, el proceso de transformación comenzado en la década de 1880 con el ingreso de algunas mujeres a las universidades no tuvo un fuerte impacto hasta al menos la Reforma Universitaria de 1918. En efecto, entre 1900 y 1915 las universidades argentinas otorgaron 6.168 títulos de los cuales 159, es decir el 2,5%, correspondieron a mujeres. Estas primeras egresadas no encontraron cabida en la docencia universitaria hasta los años 1920, cuando se produjo una apertura generalizada de los cargos docentes universitarios que había comenzado a partir de la Reforma de 1918. Algunas de ellas accedieron a cargos de menor jerarquía, tales como mediciones, cálculos, ilustración o trabajos como asistentes, hasta que, hacia los años cuarenta, lograron alcanzar puestos más importantes dentro de las cátedras e incluso, en ocasiones, la titularidad 52.

En los años siguientes la participación de mujeres en la universidad creció de manera lenta, pero constante. Hacia mediados de la década de 1960 la ten- dencia del ingreso se incrementó notablemente, así como su participación en diversas carreras. Lorenzo en su investigación señala datos relevantes sobre la matrícula estudiantil de algunas carreras. Hacia 1964 las mujeres representaban el 32% en la Facultad de Ciencias Médicas; un poco menos del 20% en Ingeniería y el 70% en Filosofía y Letras 53.

Según estos datos se desprende que en un lapso de tiempo no muy amplio las mujeres tuvieron gradualmente mayor presencia en las universidades argentinas. Sin duda las variables que posibilitaron este proceso fueron diversas. Por un lado, influyó considerablemente la democratización del ciclo secundario. Este proceso se había iniciado en la década de 1930 y se enfatizó durante las dos primeras presidencias de Juan Domingo Perón. Sus políticas públicas supieron recoger los frutos de las medidas implementadas en los años previos y aprovechar el valor concedido a la educación por grandes franjas de la población, que la entendieron como uno de los principales instrumentos para alcanzar el ascenso social 54. El crecimiento de la matrícula en el ciclo secundario implicó el acceso a este nivel de enseñanza de estudiantes provenientes de familias de clases medias y estratos altos de las clases trabajadoras, que contaron con el capital cultural y los recursos materiales para aprovechar las ventajas de la ampliación de oportunidades educativas de esos años. Entre las políticas implementadas se observa la puesta en marcha de nuevos establecimientos educativos, albergues para jóvenes y becas estudiantiles. En concreto un mayor número de mujeres jóvenes tuvieron la posibilidad de estudiar no solamente en Escuelas Normales, sino también en bachilleratos y escuelas comerciales, que se convirtieron en una instancia previa a la universidad y en una herramienta para acceder a trabajos en el sector terciario, que por entonces estaba en expansión.

Por otro lado, los autores coinciden en señalar que sea cuales fueren los trabajos realizados por las mujeres en Argentina, su inserción en el mundo asa- lariado estuvo, mayormente, condicionada a la obtención de ingresos moneta- rios, vinculado a una necesidad determinada por situaciones de soltería, viudez, o como una actividad transitoria. Esos trabajos extra domésticos fueron combi- nados con la crianza de los hijos, el trabajo del hogar y el cuidado de familiares a cargo. Juan Carlos Torre y Elisa Pastoriza concluyen que hasta los primeros años de la década de 1960 el trabajo fuera del hogar o la carrera universitaria fueron concebidos por las mujeres como una parte secundaria de sus vidas. Sobre todo, durante los años de gobierno peronista (1946-1955) cuando la situación económica general de los trabajadores les permitía contar con condiciones materiales óptimas 55.

Asimismo, se ha señalado que dicha concepción fue reflejada en libros y revistas de la época destinadas al público femenino, ya sea las que se dirigían a las amas de casa como a las jóvenes asalariadas. En todas las publicaciones el mensaje ponía énfasis en la ropa, cosméticos, artefactos domésticos y el cuidado de la familia. Desde el Estado esta imagen fue reforzada en diversas oportunidades. Por ejemplo, el voto femenino aprobado en 1947 no fue presentado como un programa emancipatorio sino como un instrumento para que la mujer pudiera manifestar y preservar los valores del hogar y los valores morales 56. Unos años más tarde, las mujeres fueron interpeladas por el gobierno de Perón durante el contexto de crisis económica de los primeros años de la década de 1950. En sus discursos el presidente se dirigía a ellas para que administraran bien los ingresos del hogar, otorgándoles un rol central en el cumplimiento de las metas económicas establecidas por la nación. Es decir, en el imaginario colectivo de la época se colocaba a la mujer en el seno del hogar, como madre de familia, con un creciente poder de decisión en la administración del hogar 57. Aunque, de acuerdo a los datos trabajados, se observa cómo las mujeres fueron ocupando diversos escenarios de la vida pública de manera gradual.

La expansión del Opus Dei desde Rosario

Volvamos ahora a adentrarnos en los inicios de las actividades apostólicas de mujeres del Opus Dei en Rosario. Pronto el apartamento en el que funcionaba Veinticinco resultó pequeño para recibir a las mujeres que asistían a los diversos medios de formación. Entonces, se abrió un nuevo horizonte: conseguir un inmueble más amplio con el objetivo de abrir una residencia universitaria.

Sin embargo, en aquel momento el país era testigo del crecimiento de la tensión política que tuvo su correlato en el distanciamiento entre el Estado nacional y la Iglesia. Durante los primeros años del gobierno de Perón la situación había sido de cordialidad y apoyo. Sin embargo, algunas medidas tomadas por el presidente enfriaron y quebraron las relaciones con las autoridades eclesiásticas. Se produjo, entonces, una persecución religiosa que tuvo más connotaciones políticas que manifestaciones de violencia exacerbada. El clima candente obligó a los católicos a tomar ciertos recaudos.

Alandes recordaba esos años así: “La situación política del país era muy conflictiva, con un trasfondo de persecución religiosa que iba en aumento (…) por dos veces quedó instaurado el estado de excepción”. Sin embargo, concluía: “las circunstancias políticas nos dieron alas” 58.

En efecto, pese al panorama incierto que se franqueaba en 1954, Alandes y el resto de las mujeres de la Obra comenzaron a buscar una casa amplia para abrir una residencia de estudiantes. A finales de ese año consiguieron un inmueble adecuado para tal fin. Según recuerda Alba Blotta: “El 1 de enero de 1955 comenzamos el traslado. Casi todo lo transportamos a pie. Fueron muchas idas y venidas hasta completar la instalación” 59. Así comenzó la primera residencia universitaria a la que llamaron Cheroga, ubicada en la calle San Luis 401. En marzo comenzaría el ciclo académico por lo que urgía acondicionar la nueva casa para poder recibir a las primeras residentes.

De acuerdo a los testimonios escritos que han dejado algunas de esas primeras vocaciones se sabe que las actividades de formación cristiana (retiros mensuales, cursos de retiros y círculos) tuvieron buena acogida. Poco a poco se fueron acercando algunas amigas de las asistentes a Veinticinco y Cheroga. Además, según lo relata una de ellas, se aprovechaban todas las ocasiones para conocer a nuevas mujeres. Por ejemplo, fue frecuente que las jóvenes universitarias pasaran largas horas de estudio en la residencia e invitaran a sus compañeras a participar de las actividades de formación cristiana y culturales. También algunas numerarias procuraban asistir a actividades tales como conferencias en la universidad e incluso a las asambleas universitarias, realizadas de manera frecuente por esos años como consecuencia de la tensión política que vivía el país. Esos momentos eran aprovechados para conocer a posibles interesadas en el mensaje del Opus Dei 60.

Los recuerdos y testimonios consultados reflejan la escasez de medios materiales para poner en marcha las actividades y proyectos. Alba Blotta relata que cuando organizaban cursos de retiro debían procurar conseguir todo lo necesario.

Por entonces no teníamos una casa de retiros ni nada material. Lo primero que hacíamos era pedir prestada alguna casa. Tenía que ser una casa con bastantes habitaciones o, por lo menos, con bastante espacio para tirar colchones. A la habitación más linda la convertíamos en oratorio. Después intentábamos conseguir algún auto o chata, un simple rodado al descubierto. Allí nos subíamos nosotras, en la parte descubierta del vehículo y llevábamos desde un confesionario portátil hasta veinte colchones. Y por supuesto sartenes, ollas, cucharones. Nos reíamos mucho 61.

El crecimiento de la actividad permitió el traslado del centro de la calle 25 de Diciembre a un inmueble ubicado en la calle San Juan 2121, al que llamaron “Veintiuno”.

En enero de 1962 recibieron en calidad de préstamo un inmueble muy amplio ubicado en el centro de Rosario, entre las calles Sarmiento y Mendoza. Las agregadas se hicieron cargo del apartamento para acondicionarlo y organizar actividades. Nereida Brumat recuerda: La posesión fue inmediata, porque a los pocos días de enero del ‘62 ya lo teníamos. Nos lo dieron como estaba, es decir había que limpiarlo y vaciarlo de sobrantes y de cortinas viejas y cuellos duros –del difunto dueño–, abandonados en un altillo y bueno, ir, poco a poco, poniéndolo presentable. Las que estábamos más disponibles éramos las estudiantes y docentes, porque eran las vacaciones largas de verano. […] Así, el lugar se fue haciendo decente para permitirnos comenzar a invitar a algunas amigas. Con ellas compartíamos ratos de estudio o ayudábamos en el acondicionamiento del lugar, y más adelante, llegaron a participar en algunos medios de formación 62.

La nueva casa, además de ser un espacio para impartir medios de formación cristiana, fue utilizada para montar una pequeña academia cuyo objetivo era enseñar destrezas y saberes específicos para realizar trabajos administrativos. Elvira Font se encargó de impartir clases de inglés y Nereida Brumat de dactilografía. Esta última escribió: “realmente éramos aventureras, o mejor dicho, muy optimistas” 63. Un recuento rápido de los medios materiales que disponían deja entrever la audacia de estas mujeres para poner en marcha su proyecto. Habían conseguido unas sillas, pequeñas mesas para las máquinas de escribir y dos máquinas de escribir un tanto antiguas para la época. Si bien no disponemos, por el momento, de un exhaustivo registro de sus actividades ni de la duración de esta academia, a partir de las fuentes testimoniales consultadas se sabe que poco a poco fueron inscribiéndose algunas alumnas. La mayoría eran vecinas del inmueble prestado: “Las primeras asistentes fueron dos o tres hermanas, hijas de padres japoneses, que vivían sobre la misma calle Mendoza. Primero vino Ana y luego fueron apareciendo sus hermanas. […] Lo cierto es que hicimos buenas amistades” 64.

Paralelamente a las actividades desarrolladas en Rosario, Josemaría Escrivá alentó la expansión hacia la capital argentina. Alandes comenzó, en 1954, a realizar viajes a Buenos Aires. El motivo era asistir espiritualmente a Carmen Ferrer, una supernumeraria española. Sus viajes fueron aprovechados para hacer crecer la labor apostólica. Alandes se encargó de organizar algunos retiros mensuales que fueron atendidos por los sacerdotes del Opus Dei que ya se encontraban viviendo en la capital argentina. Luego de que algunas asistentes solicitaron la admisión como supernumerarias se vio conveniente abrir un centro en Buenos Aires. Ese fue el primer punto de expansión que llevaron a cabo estas mujeres.

En septiembre de 1956 se instalaron en Buenos Aires la rosarina Edith Sabolo y las españolas Teresa Zumalde y María José Vázquez, quienes habían llegado a Rosario ese mismo año. Comenzaron arrendando un inmueble en la calle Beruti. Los primeros meses fueron retratados por Edith en su testimonio: Se comenzó con una casa alquilada y sin ningún mueble […] gracias a las supernumerarias Martha [Luca de Ballester Molina], Lizy [Lissy de Landry] y Lucky [Lucrecia Sáenz de Palma], encontramos, al llegar, cuatro sillas, una mesa de bridge y una alacena con comestibles. Sólo teníamos cuatro platos […] una cama, vieja y fea, y un colchón que habíamos conseguido, sin proponérnoslo: una supernumeraria chilena, que estaba de paso en Buenos Aires, había constatado al venir por el Centro, que no teníamos nada. Entonces fue a la tienda más conocida y desde allí nos envió el mejor colchón que encontró 65.

El plan trazado por estas tres mujeres era abrir una residencia universitaria a comienzos de 1957 con el nuevo inicio de curso. Edith Sabolo recuerda cómo durante esos meses trabajaron mucho teniendo muy pocos medios materiales para acondicionar el lugar.

Pasadas las Navidades nos metimos de lleno en el trabajo de acondicionar la casa, bajo la dirección de Evangelina [del Forno] y con ayuda de dos carpinteros. Organizamos distintos equipos de trabajo: tapizar, confeccionar colchas, cortinas, ornamentos, lienzos. […] Sobre la marcha fuimos aprendiendo muchas cosas -aún las más materiales- para llevar adelante la residencia y lograr que todo funcionara muy bien 66.

Y añade que nunca faltó la ayuda de mujeres que desinteresadamente se acercaban y colaboraban en lo que podían y con lo que tenían.

Nos ayudaron mucho las señoras que fuimos conociendo. Recuerdo que Marta [Luca de Ballester Molina] tenía una quinta en San Miguel. Todos los fines de semana que iba a su quinta, pasaba por nuestra casa y nos dejaba frutas y verduras que traía de sus plantaciones. Sabían que teníamos muy pocos medios. También nos traía ramas para adornar la casa, para poner un poco de ambiente de hogar. Lizy Landri, también nos ayudó mucho. Ella vivía en Belgrano y todas las tardes se iba a Beruti a ayudarnos a limpiar y se dedicaba, sobre todo, a la limpieza profunda de los baños 67.

Al poco tiempo de instalarse en Beruti se inscribió la primera residente. Era una joven judía, estudiante de Derecho. Lograron acomodarla en la única cama que tenían disponible. En marzo de 1957 comenzó el nuevo ciclo académico. Para entonces ya tenían algunas camas y pudieron recibir más residentes. En 1959 la residencia se trasladó a una nueva casa en la calle Paraguay. Poco después el crecimiento de las actividades impulsó la puesta en marcha de la residencia universitaria Sur, ubicada en el barrio porteño de Belgrano.

Mientras las actividades apostólicas daban sus primeros pasos en Buenos Aires, Josemaría Escrivá desde Roma comenzó a organizar la expansión hacia Montevideo. En 1955 le solicitó al sacerdote Ricardo Fernández Vallespín que comenzara a realizar viajes hacia la capital uruguaya. A comienzo de 1956 el fundador de la Obra alentó a algunas numerarias a realizar viajes periódicos a esa ciudad, durante los cuales se organizaban retiros mensuales que predicaba Fernández Vallespín. En octubre de 1956 llegaron desde Roma los sacerdotes Agustín Falceto y Gonzalo Bueno. En agosto de 1957 Carmen Sánchez se trasladó desde Buenos Aires para establecerse en la ciudad. Poco después se trasladaron desde Argentina la española María Isabel Gómez del Moral y Julia Capón 68. Una de las primeras iniciativas que organizaron allí fue la puesta en marcha de una Escuela de Arte y Hogar, en la que dictaban clases para mujeres jóvenes. El curso de 1958 comenzó con tres alumnas y ascendió a veinte en el siguiente año.

En los años siguientes continuó el crecimiento y expansión del Opus Dei. Desde Roma se organizaron los viajes hacia nuevos destinos. Algunas de las primeras numerarias viajaron a distintas ciudades. Ana María Brun se trasladó a París en julio de 1958, luego de haber estado un tiempo en Roma. En su relato cuenta: “estábamos comenzando también, al igual que en Argentina, y no teníamos nada de nada, salvo fe en Dios, buen humor, y ganas de trabajar”. Poco después Ana María se trasladó a Japón, junto a siete mujeres, para comenzar el Opus Dei en ese país 69.

Más tarde, en 1963, Rosa Clara Pinotti y Ofelia Vitta se trasladaron a Paraguay para comenzar las actividades de formación cristiana. En una entrevista Rosa Clara comentaba: “en diciembre de 1963 fuimos a comenzar la Obra en Paraguay: dos peruanas, una chilena, y dos argentinas: Ofelia Vitta y yo. Fue precioso porque ahí nos encontramos con todo por hacer […] viví en ese país por 25 años” 70. Dos años después, en 1965, se sumaron a este grupo las argentinas Nora Cavalieri Rodríguez y María Enriqueta (Tita) Zimmermann.

Otras de las jóvenes partieron hacia otros destinos. La española María Rosa Ampuero luego de vivir un tiempo en Rosario se instaló, en 1955, en Chile; Julia Capón y María Isabel (Marila) Palma Méndez se trasladaron a Montevideo en 1957 y 1964 respectivamente.

Conclusión

A lo largo de estas páginas se ha presentado de manera sintética los inicios de la labor femenina del Opus Dei en Argentina. Tomando como punto de partida otras investigaciones que han reunido los hechos cronológicos de esos años, se propuso en este trabajo contextualizar a ese puñado de mujeres. Entendemos que los años cincuenta y la siguiente década constituyeron un momento bisagra en el que la mujer argentina afianzó su presencia en la sociedad. Dicho proceso había comenzado en la primera mitad del siglo XX cuando aumentó su presencia en el sector laboral y educativo.

Tal como quedó expuesto en el apartado tres, el contexto económico, político y social abrió camino para que se insertaran en nuevos espacios. El proceso, sin duda, fue gradual, y estuvo acompañado por un cambio de mentalidad sobre el rol de la mujer. Si bien para el período estudiado existía aún una fuerte idea sobre el protagonismo femenino en el hogar, vemos que sus labores fueron complementadas, en algunos casos de manera temporal, con actividades laborales o extradomésticas.

En todo caso, consideramos que este período de transición otorgó mayor permeabilidad para recibir el mensaje de la santificación del trabajo difundido por el Opus Dei. En efecto, los fragmentos sobre las andanzas y desafíos que enfrentaron las primeras vocaciones para sacar adelante el Opus Dei reflejan a un puñado de mujeres hijas de su época. Las más jóvenes estaban insertas en medio del mundo universitario o laboral y emprendieron iniciativas apostólicas de gran envergadura aún sin contar con los medios económicos suficientes.

Por otro lado, la situación de la Iglesia en Argentina, en especial en Rosario, resultó propicia para la acogida del mensaje del Opus Dei. Los primeros miembros que arribaron al país encontraron un ambiente católico que acogió el mensaje de santificación en medio del mundo. Tal como han señalado Casapiccola y Castells, la labor apostólica femenina en Argentina tuvo, por esos años, un mayor crecimiento y desarrollo que en la sección masculina. Dichas observaciones guardan correlación con las cifras presentadas por Acha respecto al fuerte impulso que encontró la ACA entre las jóvenes argentinas 71.

Finalmente, este primer ensayo sobre las primeras mujeres del Opus Dei en Argentina ha permitido avanzar en la confección de una base de datos que estimula a continuar la línea de análisis emprendida. Por el momento sólo se ha trabajado la información referida al perfil profesional de algunas de las primeras vocaciones en Argentina. La evidencia empírica reunida da cuenta de la heterogeneidad de sus miembros en relación a sus profesiones u oficios. Sin embargo, aún resta analizar otras variables que resultaron interesantes para indagar los rasgos o características del grupo. Por ello, siguiendo esa línea de trabajo, se prevé abordar un análisis prosopográfico en próximos estudios.

Autora: Eliana Fucili es profesora y licenciada en Historia por la Universidad Nacional de Cuyo (Mendoza, Argentina) y doctora en Historia por la Universidad Torcuato Di Tella (Buenos Aires, Argentina). Recientemente se ha especializado en el área de comunicación y divulgación de la ciencia en la Universidad Autónoma de Madrid (España). Actualmente colabora en el Centro de Estudios Josemaría Escrivá, realizando trabajos de comunicación y divulgación.

Notas:

1 Se agradece especialmente a Sofía Coll Benegas su colaboración en la recopilación y procesamiento de datos.

2 Cfr. María Estela Lépori de Pithod, El contexto histórico de la posguerra y la expansión del Opus Dei en América Latina, en Mariano Fazio (ed.), La grandezza della vita quotidiana, vol II. San Josemaría Escrivá. Contesto storico, Personalità, Scritti, Roma, Edusc, 2003, pp. 119- 134; Liliana Brezzo, Argentina, en José Luis Illanes (Coord.), Diccionario de San Josemaría Escrivá de Balaguer, Burgos, Monte Carmelo, 2013, pp. 135-139; Dario Casapiccola – Francesc Castells, Los inicios en la Argentina y Uruguay (1950-1962), en Santiago Martínez Sán- chez – Fernando Crovetto (eds.), Gentes, escenarios y estrategias. El Opus Dei durante el pontificado de Pío XII, 1939-1958, Cizur Menor, Thomson Reuters Aranzadi, 2023, cap. 9.

3 Cfr. Diego Mauro, La formación de la Acción Católica Argentina tras el ocaso del juego republicano. Ligas, círculos y comités católicos en la diócesis de Santa Fe, 1915-1935, 2008, https:// historiapolitica.com/datos/biblioteca/santafe_mauro2.pdf.

4 Antonio Caggiano, Plan de Trabajo para 1932. Prosiguiendo, en «Boletín Oficial de la Acción Católica Argentina» 20 (1932). Extraído de: Omar Acha, Notas sobre la evolución cuantitativa de la afiliación en la acción católica argentina (1931-1960) [Documento de trabajo] https:// www.unsam.edu.ar/escuelas/politica/centro_historia_politica/material/notas.pdf.

5  Cfr. Omar Acha, Tendencias de la afiliación en la Acción Católica Argentina (1931-1960),

«Travesía» 12 (2010), pp. 7-42.

6 Cfr. Mariano Fabris – Diego Mauro, De la cruz a la espada: Antonio Caggiano y la Iglesia argentina del siglo XX, «PolHis» 24 (2019), pp. 29-63.

7  La solicitud presentada por Álvaro del Portillo tenía como propósito conseguir que la estructura jurídica con la que había sido aprobada la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz y la asociación de fieles Opus Dei, en la diócesis de Madrid-Alcalá, fuera reconocida en un régimen universal de derecho pontificio. En respaldo de su solicitud presentó más de 70 cartas de recomendación de cardenales y obispos españoles que conocían el Opus Dei y de varios cardenales con los que entabló amistad durante su estancia en Roma. Al respecto cfr. José Luis González Gullón – John F. Coverdale, Historia del Opus Dei, Madrid, Rialp, 2021; Javier Medina Bayo, Álvaro del Portillo. Un hombre fiel, Madrid, Rialp, 20126.

8 Este pedido no resulta novedoso. Tal como han señalado diversos estudios, obispos y cardenales de distintas partes del mundo solicitaron a Josemaría Escrivá que comenzara la labor apostólica en sus diócesis. Al respecto cfr. Medina Bayo, Álvaro del Portillo, cap. 18.

9  Cfr. Acha, Notas sobre la evolución, p. 9.

10 Acha en su trabajo analiza distintas publicaciones internas de la ACA, entre las que resalta una elaborada por Antonio Caggiano titulada Los problemas de la Acción Católica y otra de Di Pasquo, La Acción Católica Argentina. Sus resultados, sus defectos, sus problemas, su porvenir. Ambas fueron publicadas en 1939. Al respecto cfr. Acha, Notas sobre la evolución, p. 13.

11 Cfr. José Luis – Mariano Galazzi, Ricardo Fernández Vallespín, sacerdote y arquitecto (1910- 1988), SetD 10 (2016), p. 9; Santiago Martínez Sánchez – Federico Requena, La expansión transnacional del Opus Dei desde España a Iberoamérica: orígenes, modalidades y contextos (1948-1956), «Revista de Historia» 30 (2023), pp. 1-35; Santiago Martínez Sánchez, Los ojeadores. Un largo viaje en 1948 para preparar la llegada del Opus Dei a América, SetD 17 (2023), pp. 67-109.

12 Cfr. Fernando Crovetto – Federico Requena, La expansión del Opus Dei desde España entre la aprobación definitiva y el II Congreso general (1950-1956), SetD 15 (2021), pp. 247-284; Federico Requena – Fernando Crovetto, Salir de España entre la Guerra Mundial y la Guerra Fría: la expansión del Opus Dei en los años 40, SetD 14 (2020), pp. 327-370.

13 Para mayor información sobre el itinerario realizado por Fernández Vallespín y los dos catedráticos. Cfr. González Gullón – Galazzi, Ricardo Fernández Vallespín, pp. 72-74.

14 Cfr. Brezzo, Argentina, pp. 135-136; González Gullón – Galazzi, Ricardo Fernández Vallespín, p. 74.

15  Cfr. González Gullón – Galazzi, Ricardo Fernández Vallespín, p. 75.

16 Echeverría llegó a la Argentina junto a dos universitarios: José Luis Gómez López-Egea y Ángel Ruiz Valles. Cfr. ibid., p. 80.

17 La prehistoria de la labor en Argentina (2009), AGP, U.1.2, leg. 383, carp. 4, p. 1.

18 Cfr. Acha, Notas sobre la evolución, p. 22.

19 La prehistoria de la labor en Argentina (2009), AGP, U.1.2, leg. 383, carp. 4, p. 1.

20 Cfr. Mercedes Montero – Inmaculada Alva, El hecho inesperado. Mujeres en el Opus Dei (1930-1950), Madrid, Rialp, 2021, pp. 202, 259 y 262.

21 Cfr. ibid., p. 186.

22 La prehistoria de la labor en Argentina (2009), AGP, U.1.2, leg. 383, carp. 4, p. 1.

23 «Por entonces “Camino” ya era conocido. En 1951 un sacerdote se lo había recomendado a Kitty (Julia Capón) y Ofelia también lo utilizaba: un día en un restaurant, después del almuerzo con varias amigas, una de ellas, Estela Tulls, lo sacó de su bolso y comenzó a abrirlo varias veces al azar, para dedicarlo a cada una. Quedaron todas sorprendidas por la puntería de sus palabras, dirigidas tan directamente a lo que les convenía». La prehistoria de la labor en Argentina (2009), AGP, U.1.2, leg. 383, carp. 4, p. 1.

24 Se denomina obra de San Rafael y obra de San Gabriel a las actividades espirituales impartidas a mujeres jóvenes y adultas respectivamente.

25 Cfr. Brezzo, Argentina, pp. 135-136; Lépori de Pithod, El contexto histórico, pp. 119-134.

26 Cfr. Fernando Devoto, Ideas, políticas y prácticas migratorias en Argentina, «Exils et migrations ibériques au XXe siècle» 7 (1999), pp. 29-60.

27 La prehistoria de la labor en Argentina (2009), AGP, U.1.2, leg. 383, carp. 4, p. 2.

28 A partir de la base de datos confeccionada para esta investigación se propone realizar, en un trabajo posterior, un análisis prosopográfico sobre esta cohorte seleccionada.

29 De esta primera pesquisa se desprende que al menos 6 de ellas se desvincularon de la institución poco después de solicitar la admisión.

30  Datos extraídos de: https://opusdei.org/es-ar/article/historia/.

31 Recuerdos de la labor de agregadas desde 1961, AGP, Del Plata, Asesoría, Testimonios.

32 Recuerdos de la labor de agregadas desde 1961, AGP, Del Plata, Asesoría, Testimonios.

33 Cfr. Ana María Brun, Un deseo de más, en José Miguel Cejas, Los cerezos en flor, Madrid, Rialp, 2013, cap. 4.

34  Datos extraídos de: https://opusdei.org/es-ar/article/historia/.

35 «Padre yo he sido siempre pobre: mi padre era portero, y yo vivo en lo que aquí llamamos un conventillo. Pero siempre he estado contenta. Nunca sentí ser pobre, ¡nunca!… hasta ahora. Porque quisiera tener mucho para dárselo todo, Padre». Extracto de las palabras de María Sánchez de Clinton dichas a Josemaría Escrivá en una tertulia en Buenos Aires en 1974, https:// opusdei.org/es-ar/article/una-hija-mia-a-quien-yo-quiero-mucho/.

36 Recuerdos de Sabina Alandes, AGP, Testimonios seción IV, Plaf (en adelante, AGP, IV, Testimonios).

37 Respecto a la acogida del mensaje del Opus Dei en diferentes realidades históricas de América Latina remitirse a Lépori de Pithod, El contexto histórico de la posguerra, pp. 119-134.

38 Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer, Madrid, Rialp, 198615, pp. 94-96.

39 Cfr. Graciela Queirolo, Muchas, pero invisibles: un recorrido por las interpretaciones estadísticas del trabajo femenino en la Argentina, 1914-1960, «Anuario del Instituto de Historia Argentina» 19 (2019), pp. 1-16.

40 Cfr. Graciela Queirolo, El trabajo femenino en la ciudad de Buenos Aires (1890-1940): una revisión historiográfica, «Temas de mujeres» 1 (2004), pp. 55-87.

41 Cfr. Fernando Rocchi, Concentración de capital, concentración de mujeres. Industria y trabajo femenino en Buenos Aires, 1890-1930, en Fernando Gil Lozano – Valeria Pita – Gabriela Ini (dirs.), Historia de las mujeres en la Argentina. Siglo XX, Buenos Aires, Taurus, 2000, pp. 222-243.

42 Cfr. Rocchi, Concentración de capital, pp. 230-235.

43 Desde finales del siglo XIX el Estado garantizó la enseñanza primaria gratuita, laica y obligatoria para niños y niñas que habitaran en el territorio argentino.

44 Cfr. Graciela Queirolo, La mujer en los negocios: representaciones de las empleadas administrativas (Buenos Aires 1920-1950), en III Jornadas Nacionales de Historia Social, 11, 12 y 13 de mayo de 2011, La Falda, Argentina, 2011, pp. 1-14.

45 Cfr. Laura Rodríguez, Cien años de normalismo en Argentina (1870-1970). Apuntes sobre una burocracia destinada a la formación de docentes, «Ciencia, Docencia y Tecnología» 30 (2019), pp. 200-235.

46 Junto con Brasil, México, Chile y Cuba.

47 Cfr. Alicia Palermo, La participación de las mujeres en la universidad, «La Aljaba, Segunda época» 3 (1998), pp. 94-110.

48 Cfr. Susana García, Ni solas ni resignadas: la participación femenina en las actividades cien- tífico-académicas de la Argentina en los inicios del siglo XX, «Cadernos Pagu» 27 (2006), pp. 133-172.

49 Algunos datos trabajados por Palermo en sus estudios dan cuenta que las jóvenes que accedían a la universidad provenían de un espacio familiar proclive a la educación femenina. Varias de las que estudiaron Odontología, Farmacia y Obstetricia compartían la profesión con sus padres, hermanos o maridos. Cfr. Palermo, La participación de las mujeres, pp. 100-110.

50 Cfr. Susana García, Discursos, espacios y prácticas en la enseñanza científica de la universidad platense, en «Saber y Tiempo» 20 (2006), pp. 19-62.

51 Cfr. Paula Suárez, Las abogadas en la historia y en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, «Academia. Revista sobre enseñanza en Derecho» 20 (2012), pp. 143-183; María Fernanda Lorenzo, Que sepa coser, que sepa bordar, que sepa abrir la puerta para ir a la Universidad: las académicas de la Universidad de Buenos Aires en la primera mitad del siglo XX, Buenos Aires, Eudeba, 2016.

52 Cfr. Lorenzo, Que sepa coser, p. 60.

53 Cfr. ibid., pp. 60-70. Cabe mencionar que entre 1945 y 1955, la matrícula universitaria general creció el 11,3% anual. Es decir, el número de estudiantes se multiplicó por tres: pasó de 47.387 a 138.628 alumnos. Un factor importante fue la supresión de aranceles y matrículas universitarias que posibilitó el acceso a la educación superior de sectores medios y bajos de la sociedad. Cfr. Juan Carlos Torre – Elisa Pastoriza, La democratización del Bienestar, en Nueva Historia Argentina, Tomo VIII, Buenos Aires, Sudamericana, 2002, p. 299.

54 Desde 1930 la matrícula secundaria se incrementó con un promedio anual de 8,8%; mientras que durante 1946 y 1955 lo hizo al 11,4%, de forma que al final del período peronista había casi el doble de estudiantes que al comienzo. Cfr. Torre – Pastoriza, La democratización, p. 292.

55 Cfr. ibid., pp. 305-306.

56 Cfr. ibid., pp. 306-307.

57 Cfr. Rosario Gómez Molla, Profesionalización femenina, entre las esferas pública y privada. Un recorrido bibliográfico por los estudios sobre profesión, género y familia en la Argentina en el siglo XIX, «Descentrada» 1 (2017), pp. 3-4.

58  Recuerdos de Sabina Alandes, AGP, IV, Testimonios.

59 Cuarenta años atrás, Testimonio de Edith Sabolo (1993), AGP, U.1.2, leg. 383, carp. 4, p. 4.

60 Cuarenta años atrás, Testimonio de Edith Sabolo (1993), AGP, U.1.2, leg. 383, carp. 4.

61 Cuarenta años atrás, Testimonio de Edith Sabolo (1993), AGP, U.1.2, leg. 383, carp. 4.

62 Recuerdos de la labor de agregadas desde 1961, AGP, IV, Testimonios.

63 Recuerdos de la labor de agregadas desde 1961, AGP, IV, Testimonios.

64 Recuerdos de la labor de agregadas desde 1961, AGP, IV, Testimonios, p. 13.

65 Cuarenta años atrás, Testimonio de Edith Sabolo (1993), AGP, U.1.2, leg. 383, carp. 4, pp. 5-6.

66 Cuarenta años atrás, Testimonio de Edith Sabolo (1993), AGP, U.1.2, leg. 383, carp. 4, p. 6.

67 Entrevista a Edith Sabolo, AGP, IV, Testimonios.

68 Cuarenta años atrás, Testimonio de Edith Sabolo (1993), AGP, U.1.2, leg. 383, carp. 4, pp. 6-7.

69 Cfr. Brun, Un deseo de más, cap. 4.

70 Entrevista a Rosa Clara Pinotti, AGP, IV, Testimonios.

71 Cfr. Casapiccola – Castells, Los inicios en la Argentina y Uruguay; Acha, Tendencias de la afiliación, pp. 7-42.

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