Un mar sin orillas

Caso práctico: ¿Qué hacer si tu hijo te anuncia su decisión de casarse civilmente?

Mario y Carmiña componen un matrimonio católico bien avenido. Han bautizado a sus tres hijos y han procurado formarles cristianamente. Una vez acabados los estudios universitarios, estos se han ido independizando sucesivamente.

El mayor, Luis, tiene 29 años, y está bien colocado, pues lleva cinco años en Londres, trabajando con un buen sueldo en una empresa multinacional de comunicación. No vuelve a casa con mucha frecuencia, pero sus padres han sabido que convive con una chica, Ederlinda, compañera de trabajo, desde hace ya varios años. La semana pasada, Luis llamó a su madre por teléfono. Ella se puso muy contenta, y más cuando, después de los saludos, le anunció que iba a casarse con Ederlinda, y que ambos deseaban que Mario y Carmiña estuvieran presentes. Sin embargo, la alegría pronto pasó a desconcierto, pues le dijo que deseaban casarse solo civilmente. Enseguida, Carmiña le preguntó cuál era el motivo, si es que Ederlinda no había recibido el bautismo. La respuesta fue aún más inesperada: sí que estaba bautizada, pero como ninguno de los dos eran practicantes, habían decidido contraer matrimonio civil, pues no querían parecer unos incoherentes. Y añadió, para tranquilizarla, que se daban cuenta de que iban a hacer una cosa muy seria, y que pondrían los medios para tener hijos cuanto antes.

Nada más colgar el teléfono, Carmiña le contó la conversación a su marido, y así quedó la cosa. De todos modos, por la tarde, ya en casa, ambos estuvieron reflexionando. Entonces se les hizo más claro el motivo del disgusto que tuvieron con sus hijos en la última fiesta de Navidad. Aunque la cena no fue un prodigio de concordia, la tensión se acentuó cuando Mario invitó a todos a asistir a la Misa del Gallo, una costumbre familiar que siempre se había respetado. En ese momento, Luis y sus dos hermanas, Lía y Loreto, hicieron frente común y, comentando algunos aspectos de la fe que ni entendían ni les gustaban, decidieron marcharse, un tanto ásperamente. Mario y Carmiña quedaron desazonados y perplejos al percatarse de cuán poco había calado la formación religiosa en sus hijos, y de cuánto se habían alejado de la práctica desde que salieron de casa.

Después de rumiar aquel sucedido, ahora Carmiña está pensando en que quizá no obró bien cuando espontáneamente felicitó a su hijo por su decisión de casarse. Aunque, en el fondo ‒ella cavila‒, es lo que hubiera hecho cualquier madre; pues, por una parte, notó que Luis estaba muy enamorado; y, por otra, le pareció que casarse, aunque no fuera por la Iglesia, era mejor que mantener la convivencia con Ederlinda, sin compromiso cierto, ni perspectiva de formar una familia. De hecho, Carmiña, si bien es verdad que no fue del todo clara, al final de la conversación telefónica con Luis, dejó entender que irían a la boda.

Carmiña comenta con Mario que, en todo caso, han de apurarse y tomar una determinación: si van a la boda, alguno podría suponer que están de acuerdo con lo que va hacer su hijo, que no es un verdadero matrimonio, pues ambos están bautizados; si no van, cierran la posibilidad de mantener buenas relaciones con ellos: esto dificultaría que Luis y Ederlinda reanuden su vida cristiana y que ellos puedan ayudar en la educación de sus futuros nietos, además de que probablemente los criticarán por rígidos o incluso fundamentalistas.

Con estas dudas, deciden consultar con su párroco, a pesar de que el tiempo para organizar el viaje se les echa encima. Este, al final, solo consigue dedicarles un rato el domingo siguiente, entre Misa y Misa. Y, en resumidas cuentas, sin muchos matices, les dice que, según la reciente exhortación apostólica sobre la familia, hemos de ser comprensivos con este tipo de conductas ‒que desgraciadamente se dan también con frecuencia entre los católicos‒, y juzgarles con misericordia, esperando tiempos mejores.

Aunque Mario y Carmiña no están del todo satisfechos con la respuesta, al menos se quedan un poco más tranquilos. Deciden adoptar una postura flexible: 1º) si proponen a Carmiña hacer de madrina, ella no lo aceptará; 2º) tampoco asistirán a la ceremonia civil: explicarán a Luis sus razones, pero no lo comentarán con otros invitados hasta la recepción; 3º) en el convite, aprovecharán para hablar sobre el sentido cristiano del matrimonio, y su deseo de no romper las relaciones con su hijo y la familia de Ederlinda; 4º) más adelante, les enviarían un regalo generoso.

Se pregunta:

‒ Quid ad casum?

Caso 6. Ficha técnica

Antes de entrar en el fondo de la cuestión, parece oportuno señalar que la situación descrita, que se da cada vez con mayor frecuencia, admite muchos matices. En definitiva, cuando en el apostolado de amistad, alguien nos pide consejo, hay que tener en cuenta la personalidad y formación de cada uno de los protagonistas y obrar con una aguda sensibilidad por el bien de las almas: oración, inteligencia de las situaciones, capacidad de empatía.
Para tomar una decisión sobre si asistir o no a un enlace únicamente civil entre dos bautizados, conviene tener en cuenta la naturaleza de la unión matrimonial, tanto en su dimensión meramente humana, como las consecuencias que traen su elevación al orden de la gracia por medio del sacramento. Al mismo tiempo, hay que atender a la situación objetiva en la que se encuentran los novios, a las circunstancias familiares y del entorno, a la notoriedad que tendrá dicha asistencia y al modo en que será interpretada por las demás personas.

Actualmente, sobre todo después del motu proprio Omnium in mentem de Benedicto XVI, se exige casi siempre, para la validez del matrimonio de un católico, que sea celebrado en forma canónica. En este sentido, Carmiña y Mario saben que la unión entre Luis y Ederlinda no será un verdadero matrimonio, y que se colocarán en una situación irregular. Por otra parte, no deja de tener razón Carmiña cuando conjetura que es mejor un enlace civil que convivir sin compromiso: así lo señala el Papa Francisco en la Exhortación apostólica Amoris laetitia, nn. 292-294 . Se trata de una unión que más adelante podría ser convalidada en la Iglesia, teniendo en cuenta que Luis, al parecer, manifiesta una auténtica voluntad matrimonial cuando dice a su madre que él y Ederlinda se están tomando en serio la unión y que quieren tener hijos.

En este contexto, se puede recordar someramente que participar en un matrimonio civil no es de suyo (intrínsecamente) malo, sino que puede serlo dependiendo del fin que se busca con esa participación, o de las circunstancias. Por ejemplo, es distinto acudir a un matrimonio civil para apoyar una actitud de rebeldía de los novios ante la doctrina de la Iglesia sobre la familia, que presenciar esa unión cuando los novios acuden solo a ella llevados más bien por la ignorancia o por la indiferencia religiosa.

Si un hijo se casa solo civilmente por indolencia religiosa, superficialidad, porque hoy es políticamente correcto, etc., puede ser muy bueno que los padres se opongan e incluso no asistan. Pero si el hijo y la novia tienen una ignorancia profunda, no tienen fe de verdad, a ellos les parece que contrayendo el matrimonio y abandonando la simple convivencia hacen algo bueno (y quizá en su horizonte no hay para ellos algo mejor), la oposición o no asistencia de los padres podría confundir al hijo. Para él puede resultar inaceptable que su comportamiento se juzgue como malo desde una fe o una concepción de la vida que él no tiene y cuya verdad no consigue ver. Además de no entender la actitud de los padres, puede ser que una celebración religiosa le plantee problemas de conciencia. Es una cuestión delicada, que hace ver que la decisión sobre la asistencia a la ceremonia requiere un juicio prudencial, que mira al auténtico bien de las partes involucradas.

Por otra parte, sobre el comportamiento de los fieles en relación con las llamadas situaciones irregulares (expresión que, por su connotación jurídica, en este contexto quizá no sea útil), es pertinente tener en cuenta lo que dice el Papa Francisco en la Exhortación apostólica Amoris laetitia: “Respecto a un enfoque pastoral dirigido a las personas que han contraído matrimonio civil, que son divorciados y vueltos a casar, o que simplemente conviven, compete a la Iglesia revelarles la divina pedagogía de la gracia en sus vidas y ayudarles a alcanzar la plenitud del designio amoroso que Dios tiene para ellos” (n. 297). Aquí representa un papel importante la educación recibida: “cada persona se prepara para el matrimonio desde su nacimiento. Todo lo que su familia le aportó debería permitirle aprender de la propia historia y capacitarle para un compromiso pleno y definitivo. Probablemente, quienes llegan mejor preparados al casamiento, son quienes han aprendido de sus propios padres lo que es un matrimonio cristiano, donde ambos se han elegido sin condiciones, y siguen renovando esa decisión” (n. 208).

Sobre las resoluciones que adoptan los padres de Luis

Teniendo en cuenta que Luis ha recibido cierta formación cristiana en su hogar, es lógico que Carmiña y Mario manifiesten que no están de acuerdo con que contraiga matrimonio únicamente civil. En cualquier caso, tienen motivos para adoptar una postura que califican de “flexible”, con sentido común y sentido apostólico.

En primer lugar, la decisión de viajar –aunque no tengan intención de asistir a la boda civil– es un paso importante, que indica su voluntad de no cortar los lazos con su hijo y los parientes de Ederlinda, y deja la puerta abierta a mantener posteriores contactos. Algo realmente importante si desean ayudarles a que redescubran el rostro de Jesucristo, recomiencen su vida cristiana, y con el tiempo, puedan tener un cierto ascendiente en la educación de sus nietos.

En este sentido, será clave la conversación con Luis, que ha de permanecer en todo momento dentro de los límites de la amabilidad, la cortesía y el buen juicio, donde expondrán con argumentos claros –bien pensados– las razones de su actuación. Insistirán también en el respeto que se debe a sus convicciones cristianas: del mismo modo que ellos respetan la libertad de Luis y Ederlinda para casarse civilmente, estos han de respetar la decisión que ellos han tomado en conciencia. Esas razones, como ya se ha apuntado, están basadas fundamentalmente en dos puntos: que el matrimonio civil entre bautizados no es verdadero matrimonio ante la Iglesia, y que no desean contribuir al posible escándalo entre amigos y familiares, dando la impresión de que están de acuerdo con el estilo de vida de su hijo.

Si, en cambio, la conversación se enredase y tomara un cariz negativo, de manera que Luis no aceptara en modo alguno la ausencia de sus padres a la ceremonia, y amenazase con romper cualquier lazo con ellos, probablemente sería más prudente y oportuno acceder a participar. Este cambio en el proceder haría preciso –para no dar lugar a malas interpretaciones ni a que otros puedan incurrir en el escándalo– que Mario y Carmiña, por un lado, expliquen bien su disconformidad hacia las uniones únicamente civiles, y por otro los motivos que les urgen a estar presentes en esa celebración.

Por tanto, respecto a la presencia en la ceremonia, se puede decir: 1) si los hijos son respetuosos con las convicciones de sus padres –que sería un tipo de “objeción de conciencia”– y las aceptan pacíficamente, puede ser mejor que no asistan a la ceremonia civil, por las razones ya señaladas; 2) en este escenario (no asistir), los padres habrán de tener en cuenta el posible escándalo farisaico de quienes no aceptan una vida cristiana consecuente, y tendrán que saber mostrar la belleza de la fe con su trato afable y cordial.

Por otra parte, que los padres se planteen asistir al convite sin pasar por la boda civil, tiene también sus implicaciones, pues sería festejar una unión en la que no hay verdadero matrimonio. En el conjunto del caso, lo que se pone en juego es el bien de los hijos y el bien común de la familia al completo (y de la sociedad, siendo el matrimonio su célula básica). Por esto puede venir muy bien que los padres aclaren a las personas más cercanas que participan porque hay una verdadera voluntad matrimonial y familiar, que es el mejor presupuesto para la vida humana y cristiana de su hijo, y que hagan ver que todos deben seguir ayudando en lo central: redescubrir a Dios y a la Iglesia en sus vidas y en el hogar que están formando. Pueden servir comentarios del estilo: “estamos contentos porque ahora nuestro hijo está casado, pero no es esto todo lo que nosotros hubiésemos querido para él, y nos apena que no haya querido o podido llegar al matrimonio religioso; ojalá más adelante sea posible”.

Conforme pase el tiempo, quizá con el nacimiento de un hijo, la oración, la paciencia y el buen ejemplo de Mario y Carmiña, quizá consigan que Luis y Ederlinda reaviven su fe, contrayendo matrimonio canónicamente. Por eso, es lógico que busquen mantener un trato cercano, más o menos habitual. Evidentemente, los padres no deben ceder al acostumbramiento o a la indiferencia, por más que procuren ser acogedores con su hijo y su mujer. Esta actitud no quiere decir que se conformen con el alejamiento de la Iglesia de Luis y Ederlinda; si hiciera falta, así lo podrían explicar a alguna persona que se extrañara de su actitud.

Obviamente, este parecer se limita al caso de dos personas que potencialmente podrían contraer matrimonio canónico pero que acuden solo a la unión civil. Habría que estudiar aparte qué actitud se puede aconsejar cuando se trata de uniones que contradicen directamente algunas de las propiedades o bienes del matrimonio, como puede suceder con el matrimonio civil de personas ya válidamente casadas, o incluso la unión entre personas del mismo sexo.

A.H.

Notas:

1. O también, específicamente sobre esta cuestión, san Juan Pablo II en la Exhortación Apostólica Familiaris consortio, n. 82.

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