Caso:
Arquímedes es un chico de 16 años. Participa en Misa algunos días durante la semana, intenta vivir algunas prácticas de piedad y es un buen estudiante. Todo parece ir bien. Sin embargo, hay algo en su vida que no marcha. En su 14º cumpleaños le regalaron un smartphone. Desde el principio sintió la tentación de curiosear imágenes o vídeos de contenido sexual explícito. También sus compañeros de clase hablaban de temas deshonestos, y aunque él no solía participar activamente, escuchaba alguna vez de lejos y sin querer. Estas conversaciones despertaron en él una mayor curiosidad.
Con el tiempo, después de tontear en la red, se enganchó a contenidos perniciosos. Sentía al mismo tiempo perturbación, placer y angustia. La búsqueda y visión de las imágenes le llevaba también a cometer actos impuros. Arquímedes no conseguía echar freno y el vicio cada vez se adueñaba más de él. Esto también le dificultaba mirar a las mujeres con normalidad.
Arquímedes ha ido hablando de estos temas con sencillez en la confesión, y también fuera de ella, para sentir el ánimo y el consejo del sacerdote, aunque reconoce que en general lo hace más por recibir la absolución y quitarse un peso de encima. Consciente de que estar en estado de gracia lo hace más feliz, se formula frecuentemente el propósito de no volver a pecar, acudiendo cada vez con más ahínco a la Virgen y a la Santa Misa, pero comprueba, con algo de frustración, que el buen deseo le dura poco.
Actualmente, con dieciséis años, Arquímedes ya no sabe qué hacer para salir de su situación y comienza a dudar de la utilidad de la confesión sacramental y de los hábitos de piedad. No recuerda ya cuándo fue su última comunión fervorosa. Dedica un tiempo a la oración, pero de manera oficial y seca. Se encuentra espiritualmente triste y su máxima y única aspiración ascética se reduce a no cometer pecados de impureza, algo que se está convirtiendo en una quimera. Ha llegado a una cierta situación de repulsa hacia sí mismo. No duda en la teoría de la misericordia de Dios, pero, de hecho, él no la experimenta. Piensa que estos pecados le van a acompañar toda su vida y a veces teme que deriven hacia excesos que deje de controlar. En la última charla, el sacerdote le invitó a hacer un retiro espiritual y, aunque no tenía ninguna gana, lo vio como una oportunidad para pensar mejor las cosas y decidió acudir.
Durante esos días de silencio acudió al predicador, don Eurípides, para compartir estas preocupaciones. Después de hablar durante largo tiempo, contándole su experiencia y frustración, quedaron en continuar conversando al día siguiente, para concretar algunos consejos. Después de hablar, don Eurípides estuvo pensado y buscando algún posible camino para ayudarle.
Se pregunta:
¿Realmente Arquímedes no está en gracia de Dios, teniendo en cuenta que el carácter vicioso de estos actos puede debilitar la voluntad, aunque él sea consciente en cada uno?;
¿Es bueno seguir con una confesión muy frecuente o esto puede hacerlo sentirse fracasado en su vida espiritual, ansioso, etc. al sentirse en la obligación de confesarse para “recuperar” la gracia, o para poder comulgar? ¿Podría comulgar sin haberse confesado?;
¿Qué consejos prácticos podría dar don Eurípides a Arquímedes para intentar salir de esa situación?
Bibliografía:
Ángel RODRÍGUEZ LUÑO, Valutazione della responsabilità morale in condizioni di dipendenza radicate, Conferencia en la Penitenciaría Apostólica (Roma) el 6 de diciembre de 2011 [disponible en: http://www.eticaepolitica.net/eticafondamentale/Dipendenze.pdf];
Joan BAPTISTA TORELLÓ, Psicología y vida espiritual, Rialp 2008, capítulo IX, Angustia y culpa (Confesión, dirección espiritual y psicoterapia).
Carlos CHICLANA, Abordaje integral de la conducta sexual fuera de control, en F.J. INSA GÓMEZ (coord.), Amar y enseñar a amar, pp. 155-197. 197 [disponible en italiano en: https://docs.wixstatic.com/ugd/240a70_bd807c7e99724f3484a31ba0c75cd388.pdf].
Anexo
1. Como principio general, si se trata de pecados de obra, cometidos estando plenamente despierto y sin dudas razonables acerca del consentimiento, debería confesarse antes de comulgar. Es verdad que en los adolescentes puede haber circunstancias en las que la responsabilidad moral pueda estar atenuada, pero es difícil saber hasta qué punto en cada ocasión. La posible atenuación de la responsabilidad no parece convertir esas caídas en pecados dudosamente mortales. Y, aunque se considerasen así, tradicionalmente se recomienda la confesión (Prümmer III, n. 376), a no ser que haya dudas razonables acerca del consentimiento, caso en el cual habría que aplicar el principio de la presunción (cfr. www.eticaepolitica.net, “Corso di morale”: moral especial, p. 245).
2. Si se tratase de pensamientos o deseos, podría haber dudas más claras acerca del consentimiento. También podría haber esa duda si se trata de imágenes muy vivas, en las que no se detiene deliberadamente, pero se produce una polución. O también si se está medio dormido, cuando se despierta por la noche. Pero si se trata de pecados de acción estando plenamente despierto y sin que medie una causa patológica clara, en general la moral tradicional recomienda la confesión.
3. Al tratar la situación con Arquímedes, conviene tener en cuenta, principalmente, que no parece estar buscando hacer el mal, por lo que es mejor ver el modo de que no pierda el ánimo y, por tanto, no dramatizar. Interesa explicarle que es bueno confesarse –con la frecuencia que necesite– por respeto a la Eucaristía, que Dios se da cuenta de la situación de debilidad y le mira siempre con gran cariño.
4. Además de tener en cuenta la doctrina anterior y entreviendo una posible obsesión de Arquímedes en este tema, un planteamiento más global podría contribuir a encontrar más vías de solución al problema. Concretamente, un camino recomendable para el sacerdote sería el siguiente:
a.- ayudarle a conocerse mejor y a conocer su historia personal. Es bueno, en la medida de lo prudente, hacerse cargo de cómo se han gestado esas caídas, con qué otros hábitos están relacionados, en qué estados emocionales suceden, circunstancias que lo envuelven, etc. No tanto para alcanzar la seguridad de evitarlas –le es muy difícil –, sino para conocer el fondo de esas situaciones: stress, desamor, desatención, etc. Generalmente, la impureza es respuesta de compensación; por esto, será útil conocer los déficits que experimenta… ¿cansancio?, ¿hartura?, ¿falta de cariño?, ¿autoestima baja?
b.- desarrollar otras virtudes que serán armas para la consecución de sus objetivos. Por ejemplo, al que pierde el tiempo por desorden, puede ser útil ayudarle a que tenga un horario claro, al que es egocéntrico, que ayude y aprenda
a trabajar en equipo, al que se aburre fácilmente, saber fomentar su iniciativa, al inseguro, afianzarle en lo que sí le sale bien, etc.
c.- mejorar su formación. Es bueno que el fortalecimiento de la voluntad vaya acompañado de la consolidación de razones y argumentos para la inteligencia. También el corazón, en su madurez, necesita de motivos, y es bueno educarlo hacia el bien. Por ejemplo, existen páginas web, que, de modo positivo y atractivo, muestran testimonios y explicaciones científicas de cómo afecta la pornografía al cerebro, a las relaciones y al mundo.
(https://es.brainheartworld.org). Hay también determinados aspectos de la formación sexual que, porque son delicados, pertenecen a los padres; a ellos les toca la tarea de educar a los hijos. Por otra parte, en esta mejora de la formación también es muy útil contemplar la belleza en general, y la belleza de la mujer en particular: sus capacidades, su sensibilidad, etc.
d.- facilitarle herramientas para entrenarse. Existen aplicaciones para smartphone que ayudan a ponerse límites, que permiten “sustituir” en cierto modo a la voluntad débil. También hay algunos programas que ayudan a salir de estas situaciones, por ejemplo, www.lapurezaesposible.com, que está disponible en inglés, castellano y portugués.
5. Al mismo tiempo y aun contando con todo lo anterior, no se puede excluir que, en algún caso particular y considerando todas las circunstancias, el confesor pueda ver claro que es mejor obrar de otra manera y dar consejos en la siguiente línea, que no se aplican de modo general. Por ejemplo: recordar al interesado que comulgar todos los días no es obligatorio y que el Señor puede estar muy contento de que, por respeto a la Eucaristía, le ofrezca el sacrificio de no hacerlo algunos días; relacionado con lo anterior, quizás puede ayudarle que –quizá por un tiempo– se concrete solo un día de confesión semanal, en el que acreciente la contrición (esto puede ayudarle a disminuir la posible obsesión). Por el contrario, si dijera que comulga a pesar de una situación moral dudosa, después de pensarlo detenidamente, puede ser preferible no sacarle del error y no querer dirimir sobre la culpabilidad o no de su acción y, sólo cuando vaya mejorando en su conducta, valorar nuevamente esta cuestión. En definitiva, estos son algunos modos que pueden ayudar al interesado a darse mejor cuenta de que el objetivo es la santidad, no sólo la pureza. De otro modo, si se pusiera mucho peso en la objetividad del acto, es decir, si es pecado o no, y en la responsabilidad, se podría estar “reforzando” una actitud de tipo obsesiva.
6. Por último, y además de todo lo anterior, en el campo de la psicología es bueno conocer los síntomas más claros de una adicción y estar al tanto también de las posibles causas patológicas más comunes, para movernos en un terreno conocido, pues puede suceder que, junto a esta situación, se hayan dado o se den otras que debiliten su voluntad y sea causa, en parte, de que los actos se hayan convertido fácilmente en viciosos. Por ejemplo, temperamentos impulsivos, hechos traumáticos del pasado, influencia cultural, falta de enraizamiento familiar, identidad no configurada, ausencia o mala formación sexual, sexualidad no integrada, ansiedad, cansancio, crisis existenciales, etc. En este sentido, si nos encontrásemos ante un diagnóstico de adicción claro, o cercano a él, o a un trastorno obsesivo-compulsivo, entonces habría que sugerirle –es lo que se requiere en esta situación y, lógicamente, no habría que extrañarse– que pida ayuda profesional. Además, si es menor, es muy importante y necesario ir de la mano de los padres.