Caso:
D. Irineo, párroco joven, asiste a la celebración de un matrimonio de una pareja que ha preparado. Tiene lugar en la capilla en las afueras de la ciudad, lugar frecuentemente elegido como lugar de bodas, por su ubicación y belleza. Es la primera vez que D. Irineo acude a esa capilla. El sacristán ha preparado todo muy bien, incluso ha previsto el apoyo de un chico llamado Eustaquio: tiene 18 años, es una persona inteligente y atenta, sabe ayudar muy bien en este tipo de ceremonias, que incluyen la Santa Misa. Al ver las cualidades del joven, D. Irineo charla unos minutos después de la Misa con él. Se confirma de la valía de Eustaquio y, entonces, con la esperanza de que pudiera ser una vocación para el seminario, le invita a una conversación más distendida en la oficina de su propia parroquia.
Unos días más tarde, Eustaquio acude efectivamente y, después de unos minutos, explica a D. Irineo que, en realidad, no es un chico, sino una chica, que originariamente se llamaba Florisa. Desde hace años, sin embargo, se percibe a sí mismo como hombre y, aunque fisiológicamente no lo sea, piensa como un hombre y se siente hombre. Sus padres nunca han aceptado esa tendencia que, por lo visto, se manifestaba cada vez con más fuerza desde la adolescencia. Siempre le habían obligado a vestir como chica, incluso llevando minifalda, etc., en contra de su inclinación. Después de varios años de sufrimientos, a través de internet encontró una red de personas que promovían la “autenticidad” y la “liberación de la represión”; entonces se sintió con fuerzas para dar el paso, y tomar una identidad masculina, camuflando, por el tipo de ropa que llevaba, su condición de mujer. Desde hace unos meses consiguió un trabajo a tiempo parcial en una empresa pequeña, donde la toman por hombre, pues el jefe, conociendo la situación, se ha comprometido a guardar silencio.
D. Irineo se sorprende mucho, pero se muestra acogedor y comprensivo, y hace algunas preguntas para hacerse cargo de una situación que nunca antes había presenciado. Eustaquio toma confianza y le pregunta si puede volver la próxima semana para confesarse y pedir consejo, pues tiene dificultad de explicar su situación a un sacerdote desconocido, aunque afirma que suele confesarse de vez en cuando, cambiando de confesor y sin hacer mención del problema de identidad que tiene.
D. Irineo dice que está dispuesto. En el curso de la conversación que sigue, Eustaquio le cuenta que reza regularmente, que va a Misa muchas veces también entre semana y actúa con ilusión ayudando en las celebraciones de aquella capilla, cuyo rector no pone ninguna dificultad (piensa que es un chico) y agradece su ayuda. Antes de despedirse, Eustaquio menciona también de pasada que desde hace algunos meses tiene novia y salen juntos al cine, etc.
D. Irineo está preocupado, pues no sabe cómo aconsejar a una persona en esas condiciones. Incluso, le da la impresión de que Eustaquio tiene la intención de casarse en algún momento futuro, con su novia u otra mujer.
Acude a D. Edgardo, para que le aconseje en vista del próximo encuentro con Eustaquio.
Se pregunta:
1. ¿En qué consiste la disfunción de género? ¿Qué semejanzas y diferencias tiene con respecto a otras situaciones en las que se presenta la tendencia homosexual?
2. ¿Cómo se podría explicar a una persona que se considera transgender el papel que tiene la diferenciación sexual en la formación de la propia identidad y en las relaciones sociales (matrimonio incluido)? ¿Cómo explicarle la doctrina católica sobre el matrimonio como unión de un hombre y una mujer?
3. ¿Qué criterios conviene tener en cuenta en la atención pastoral de estas personas?
4. ¿Qué consejos puede dar D. Edgardo a D. Irineo?
Bibliografía:
E. Sgreccia, Manual de Bioética, vol. II (Aspectos médico-sociales), BAC, Madrid 2014 (Transexualidad, pp. 184-201).
W. Vial, Madurez psicológica y espiritual, Palabra, Madrid 2016 (capítulo VII: La sexualidad humana y sus trastornos, pp. 235-265).
Anexo
1. La disforia de género (según la nomenclatura de la última edición del DMS-5), que antes se conocía como transexualidad, consiste en la incongruencia entre el sexo físico (no sólo externo, sino también genético) y la percepción del propio género. La persona está convencida de encontrarse en un cuerpo con una sexualidad equivocada: de ser una mujer en un cuerpo de varón (situación más frecuente), o de ser un hombre en el cuerpo de una mujer (el caso de Eustaquio).
2. Buena parte de los estudios de género, y muchos grupos de presión LGBT, han propugnado su eliminación del catálogo de enfermedades mentales. Por ello el DMS-5 no la considera trastorno, como en ediciones anteriores. Sin embargo, ha preferido mantenerla dentro del volumen para poder garantizar el acceso de las personas con disforia de género a posibles intervenciones médico-quirúrgicas (tratamientos hormonales, cirugía de reasignación de sexo y psicoterapia), que de otro modo serían difíciles de justificar y de cubrir económicamente por parte de los sistemas de salud.
3. A nivel antropológico la disforia de género supone un problema más profundo respecto a la homosexualidad. En esta última existe una atracción prevalente por las personas del mismo sexo, pero no hay ningún rechazo de la propia corporalidad como sucede, en cambio, en el transexualismo. Es más, se podría decir que en este último caso el problema es primariamente relativo a la identidad y no a la orientación sexual. Para una persona transexual la orientación sexual adecuada es la heterosexual: el problema es que al considerarse “del otro género”, esa orientación que él/ella percibe como heterosexual es en realidad homosexual.
4. El origen de la disforia de género está en discusión. Aunque la explicación psicosocial parece tener un peso importante, no se debería rechazar un posible influjo orgánico debido a un cierto imprinting genético. En todo caso, está bastante aceptada la idea de la irreversibilidad del problema. Ni la vía psicoterapéutica, que intenta recuperar el equilibro entre la configuración corporal y la percepción psíquica; ni el cambio corporal, a través de las operaciones de “cambio de sexo” (que es la solución que se ofrece más frecuentemente), consiguen solucionar el problema de fondo. Esto no impide que una ayuda psicológica por parte de un profesional competente, mejor si es un buen católico, pueda mejorar su situación general, y los problemas de personalidad borderline y depresión que no pocas veces se asocian a estos casos.
5. Lo que sí que resulta claro a todos es que las personas con disforia de género sufren, y sufren mucho, debido a la discordancia que perciben en una dimensión tan fundamental de la persona humana. Esta constatación es de gran importancia a nivel social y pastoral, pues todavía hoy se asocia la figura de la persona transexual con la del depravado, como si la intervención del “cambio de sexo” se planteara por juego, o como manifestación de un cierto libertinaje sexual. Por eso, la actitud ante estas persones debe ser la misma que el Catecismo de la Iglesia Católica invita a seguir con aquellas que tienen tendencia homosexual: “deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta” (n. 2358).
6. Desde el punto de vista de la vida cristiana, “estas personas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en su vida, y (…) a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición” (idem). También a ellas se debe presentar el ideal de la castidad, y ayudarles con la ayuda de la gracia, que reciben en los sacramentos y la vida de oración, a crecer en las virtudes del dominio de sí que eduquen la propia libertad interior. Como cualquier otro cristiano podrán beneficiarse mucho de la dirección espiritual personal, que les debe ayudar a descubrir el camino que Dios quiere para cada uno.
7. A la hora de explicar la importancia de la diferenciación sexual (hombre-mujer) que Dios ha querido para la persona humana, y su complementariedad como base del matrimonio y la familia, será de gran ayuda los puntos del Catecismo del apartado “Hombre y mujer los creó” (nn. 369-373). En modo particular el n. 372: “El hombre y la mujer están hechos «el uno para el otro»: no que Dios los haya hecho «a medias» e «incompletos»; los ha creado para una comunión de personas, en la que cada uno puede ser «ayuda» para el otro porque son a la vez iguales en cuanto personas («hueso de mis huesos…») y complementarios en cuanto masculino y femenino. En el matrimonio, Dios los une de manera que, formando «una sola carne» (Gn 2,24), puedan transmitir la vida humana: «Sed fecundos y multiplicaos y llenad la tierra» (Gn 1,28). Al trasmitir a sus descendientes la vida humana, el hombre y la mujer, como esposos y padres, cooperan de una manera única en la obra del Creador (Cf. GS 50,1)”. Las personas con disforia de género difícilmente encontraran su camino en el matrimonio, tampoco en el caso en el que no “cambien de sexo”, pues el problema de identidad que tienen será un peso muy grande tanto para ellos como para la familia que pudieran formar. Tendrán que buscar su sitio en la sociedad civil, y en la Iglesia, sabiendo que pueden ser de gran ayuda para muchas otras personas necesitadas.
8. Sobre la situación presente, llama mucho la atención que D. Irineo no haya notado nada extraño en Eustaquio, y que solo haya sabido que es una chica cuando se lo ha dicho. Sin embargo, estas cosas pueden ocurrir, y se han dado casos en que muchas personas no se dan cuenta de nada: profesores, clérigos, etc. Sorprende también que tenga novia (aunque no se puede descartar que ella ya esté al tanto de la situacion de su “novio”). Probablemente Eustaquio ha sido muy hábil en aparentar su condición con el vestuario, aunque es de esperar que más temprano que tarde la gente que lo rodea se dé cuenta de que hay algo fuera de lo habitual. En cualquier caso, como se decía antes, habría que explicar a Eustaquio, con el tiempo y de un modo apropiado, que en su situación no es posible una relación que pueda ser de tipo conyugal; y que, por tanto, deberá fomentar amistades de otro tipo. Teniendo en cuenta que Eustaquio padece un problema psicológico importante, cuando tenga suficiente confianza, D. Irineo debería sugerirle un psicólogo o psiquiatra de fiar, que pueda ayudarle en las cuestiones existenciales más de fondo. Esta ayuda conseguirá que el seguimiento espiritual sea más eficaz, al tiempo que evita que el sacerdote se meta en cuestiones que no le competen.
P.R.
20-VII-2016
(Fuente: Collationes.org)