Un mar sin orillas

Caso práctico: ¿Cómo proponer la confesión frecuente?

Rosalía colabora desde hace tiempo en un grupo de formación para madres de familia, y ayuda espiritualmente a algunas de ellas que desean llevar una intensa vida cristiana. De entre los consejos que les da, está el de recibir con frecuencia los sacramentos, de modo particular la Eucaristía y la confesión.

Sin embargo, algunas que habían comenzado con ilusión a recibir el sacramento de la penitencia, con frecuencia incluso semanal, dan señales de un cierto cansancio o acostumbramiento, postergando más o menos habitualmente la recepción del sacramento. Suelen decirle a Rosalía que “siempre me confieso de lo mismo”, o que les cuesta hacer el examen de conciencia para la confesión, y otras razones semejantes para no confesarse.

Hasta ahora, Rosalía ha intentado salir al paso de esa actitud hablándoles de la gracia del sacramento, que no solo perdona los pecados veniales, sino que también dispone a luchar más y mejor en el camino de la santidad; de lo que implica pedir perdón a Jesús mismo que se hace presente a través del sacerdote; y de la paz que da abrirle el alma, mostrarle los pensamientos y afectos más íntimos del corazón en una conversación confiada; en definitiva, de la maravilla que supone acoger el amor y la misericordia de Dios.

Pero a veces esos argumentos no acaban de motivar a las personas. Esto hace que se comience a preguntar si no estará exagerando al animar a una frecuencia semanal en la recepción del sacramento de la penitencia.

Se pregunta:  ¿Cómo proponer la confesión frecuente a los fieles y qué ideas se pueden dar a quienes parece que se acostumbran a ella?
Caso 1. Ficha técnica

La materia del sacramento de la penitencia son los pecados “en cuanto arrepentidos”. De ahí que tanto para la confesión de los pecados mortales como para la de los veniales y otras faltas, sea condición imprescindible la contrición, que es “un dolor del alma y una detestación del pecado cometido con la resolución de no volver a pecar (Conc. de Trento, Doctrina sobre el sacramento de la Penitencia, c. 4: DS 1676)” (Catecismo, n. 1451). Conviene no olvidar que la contrición también se manifiesta en el afán de reparar las faltas y en el esfuerzo por hacer actos virtuosos que remedien los efectos negativos de los propios defectos.

Se trata de un dolor de carácter sobrenatural ―tanto en la llamada contrición perfecta como en la imperfecta (Catecismo, nn. 1452-1453)―, que conlleva el deseo también sobrenatural de solicitar el perdón y la ayuda divina a través del sacramento de la penitencia. Este dolor sobrenatural puede tener un reflejo en la sensibilidad humana o no tenerlo, según las particularidades del penitente, en forma de deseo o incluso de rechazo, que se presentan de muy diversos modos según cada persona y sus circunstancias. Este reflejo en la sensibilidad humana ni aumenta ni disminuye el dolor sobrenatural: es este último el que rige el comportamiento del cristiano para acercarse a recibir el sacramento de la penitencia. Aun sintiendo en sí mismo el deseo o la falta de él en su sensibilidad humana ―por vergüenza, por la sensación de rutina, de no encontrar materia en el examen, de que son siempre los mismo pecados y faltas, etc.―, el penitente se mueve por la fe y el amor a Dios para acercarse al sacramento, sin dejarse frenar por las sensaciones humanas.

La práctica de la confesión frecuente es el fruto de un progresivo enamoramiento de Dios, que lleva al cristiano a considerar cada vez con mayor claridad y fervor la bondad de Dios y su amor infinito por los hombres, a la vez que crece la delicadeza y finura en el alma para detectar en las propias obras todo aquello que pueda desagradar a Dios. Bien lo expresa san Josemaría en aquel punto de Forja: Cómo entiendo la pregunta que se formulaba aquella alma enamorada de Dios: ¿ha habido algún mohín de disgusto, ha habido algo en mí que te pueda a Ti, Señor, Amor mío, doler? —Pide a tu Padre Dios que nos conceda esa exigencia constante de amor (n. 494) .

No pocas veces un obstáculo para la fructuosa confesión frecuente es precisamente el no saber “de qué acusarse” por no encontrar nada en el examen de conciencia. En este sentido a muchas personas les ayuda tomar alguna anotación en el examen diario de conciencia, pensando en qué les duele o de qué se acusarían del día transcurrido, que pueden repasar al llegar el momento de confesar. O bien hacer el examen de la confesión repasando los siete pecados capitales y las siete obras de misericordia espirituales: ¿quién podrá decir que a lo largo de los días no se ha visto afectado por alguna de esas raíces de muerte o ha sido indolente en llevar a la práctica algunas de esas raíces de vida?

Y notablemente, como ha recordado el Papa Francisco: “podríamos pensar que damos gloria a Dios solo con el culto y la oración, o únicamente cumpliendo algunas normas éticas ―es verdad que lo primero es la relación con Dios―, y olvidamos que el criterio para evaluar nuestra vida es ante todo lo que hicimos con los demás. La oración es preciosa si alimenta una entrega cotidiana de amor (…) cuando llevamos los intentos de vivir con generosidad y cuando dejamos que el don de Dios que recibimos en él se manifieste en la entrega a los hermanos. Por la misma razón, el mejor modo de discernir si nuestro camino de oración es auténtico será mirar en qué medida nuestra vida se va transformando a la luz de la misericordia. (…) No puedo dejar de recordar aquella pregunta que se hacía santo Tomás de Aquino cuando se planteaba cuáles son nuestras acciones más grandes, cuáles son las obras externas que mejor manifiestan nuestro amor a Dios. Él respondió sin dudar que son las obras de misericordia con el prójimo” . Algo que san Josemaría expresaba de modo profundo y alentador así: Darse sinceramente a los demás es de tal eficacia, que Dios lo premia con una humildad llena de alegría (Forja, 591).

En ocasiones, se puede presentar desánimo por la impresión de que, a pesar de confesarse con frecuencia, no hay avances en la vida espiritual. En estos casos, Rosalía puede recordar a esas personas algunos principios de la lucha interior: poner la esperanza en el Señor, saber comenzar y recomenzar, vivir la deportividad en la lucha y, especialmente, hacerlo todo por amor a Dios. Conviene fomentar la paciencia, animar a acudir a la confesión para dar al Señor la alegría de darnos su perdón a través de este sacramento, sin importar que Él sepa que después volveremos a caer. Como señalaba Benedicto XVI, recordando la figura del santo Cura de Ars: «Si alguno estaba afligido por su debilidad e inconstancia, con miedo a futuras recaídas, el Cura de Ars le revelaba el secreto de Dios con una expresión de una belleza conmovedora: “El buen Dios lo sabe todo. Antes incluso de que se lo confeséis, sabe ya que pecaréis nuevamente y sin embargo os perdona. ¡Qué grande es el amor de nuestro Dios que le lleva incluso a olvidar voluntariamente el futuro, con tal de perdonarnos!” (A. Monnin, Il Curato d’Ars. Vita di Gian-Battista-Maria Vianney, vol.II, Ed. Marietti, Torino 1870, p. 130)» .

Rosalía hace bien en procurar que las que se confían espiritualmente a ella, no se dejen llevar por la rutina en sus confesiones, pero no por cierta angustia que puede aparecer cuando se mira la práctica semanal como una obligación. En ambos casos se ayuda al penitente a poner, por delante de la rutina o la angustia, el amor y la confianza en Jesucristo, que ya tiene, pero que puede estar nublada por los sentimientos mencionados.

Notas:

1. Cfr. RAFAEL DÍAZ DORRONSORO, voz Penitencia, virtud y sacramento de, 4, en Diccionario de San Josemaría Escrivá de Balaguer, Instituto Histórico San Josemaría Escrivá de Balaguer – Ed. Monte Carmelo, Burgos 2013.
2. Ex. Ap. Gaudete et exultate, nn. 104-106.
3. BENEDICTO XVI, Carta con motivo del inicio del año sacerdotal, 16-VI-2009.

M.T.F.

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