Un mar sin orillas

Tema 4: Las fuentes de la moralidad

Objetivo de la lección: a qué 2-3 preguntas guía quiere dar respuesta esa sesión

Una vez sabemos que existen (y por qué) acciones buenas o malas, estamos en condiciones de juzgar conductas humanas. Ahora bien, ¿existen criterios objetivos para llegar a hacer ese juicio moral, o eso es más bien algo de lo que cada uno podrá tener su propia opinión? Intentos fallidos de dar una explicación: subjetivismo, proporcionalismo, utilitarismo. En qué consisten y por qué fracasan.

El objeto moral, el fin y las circunstancias son las fuentes para el discernimiento moral. Explicación de cada una de ellas, deteniéndose en explicar qué se entiende por objeto moral. La intención del sujeto y las circunstancias: su influjo en la moralidad.

El juicio sobre la moralidad de las propias acciones tiene en cuenta también que la persona es moralmente responsable de lo que elige hacer, no de lo que hace sin darse cuenta o porque le viene impuesto. Por eso hay que señalar cuáles son los elementos subjetivos (es decir, por parte del sujeto que actúa) que inciden en la responsabilidad sobre las propias acciones. Es decir, identificar: 1º) los elementos decisivos de la acción moral (advertencia, consentimiento), 2º) y el papel que desempeñan otros factores que también inciden en la acción y que el ser humano comparte con otros seres vivientes (pasiones). A esta última cuestión se le dedicará un capítulo aparte.

 

¿Qué preguntas han de estar en condiciones de responder los alumnos tras asistir a esa sesión?

 

– El deseo de que con la propia conducta se realice el mayor bien para el mayor número posible de personas, ¿no debería ser suficiente criterio de moralidad?

– Las consecuencias de los propios actos son un elemento muy importante para un juicio ético. En cambio la moral católica no acepta la teoría consecuencialista como criterio para establecer si las acciones son buenas o malas. ¿Por qué ocurre esto?

– Si todo el mundo tiene un conocimiento natural del bien y del mal, ¿por qué hace falta recurrir al objeto, fin y circunstancias para establecer la moralidad de los actos? ¿No basta el propio criterio subjetivo de cada cual para discernir la moralidad de la propia conducta?

– ¿Se puede afirmar con rigor y de modo objetivo que existen acciones malas siempre y en toda circunstancia?

– ¿Por qué no basta que la intención sea buena para que la acción sea buena?

– ¿Podrías poner ejemplos de actos malos a causa de su objeto moral?

– El objeto moral, ¿es siempre fácil de determinar? ¿Podría decir situaciones en que es difícil determinar su objeto moral?

 

¿Qué enseña el caso práctico?: la importancia del objeto moral, y no solo del fin y de las circuntancias (OPCIÓN 1); poner de manifiesto diversos modos de justificación moral de las acciones (OPCIÓN 2). 

Un borrador de ideas para esa lección

 

Toda acción voluntaria merece una valoración moral porque es fruto de una elección libre. Es la persona quien  elige  la meta que se propone conseguir (el fin que le mueve, la intención que se propone, lo que desea alcanzar, clásicamente se denomina finis operantis)  y selecciona la acción adecuada para lograrlo (aquellos medios que le permiten lograrlo, las acciones que de suyo conducen a realizar aquella intención, clásicamente se denomina el finis operis, es la intencionalidad propia de la acción misma). La moralidad de su conducta dependerá pues de esos dos factores.

Además la persona actúa dentro de unas coordenadas de espacio, tiempo, relaciones con otros, deberes y derechos, etc. También esas circunstancias pueden incidir aquí y ahora sobre la moralidad de cada acción.

El fin del acto interior voluntario (el finis operantis o simplemente intención), precisamente porque se da en la intimidad de la persona, no puede ser conocido por otros a menos que lo manifieste el interesado. La intención puede ser múltiple: se trabaja para ganar dinero, para sustentar la familia, para satisfacer un deseo personal, etc. Ordinariamente hay una cierta jerarquía, como se ve cuando una persona ya no necesita dinero pero continúa trabajando.

La intención, en cierto sentido, es independiente de la acción externa, pues es posible ganar dinero jugando a la lotería, robando, presentándose a un concurso, etc.

La intención puede ser en sí misma buena o mala: proponerse ayudar a quien lo necesita o descansar para recuperar fuerzas es bueno, buscar engañar o hacer daño al prójimo es malo. Un fin malo desvirtúa la moralidad de la acción, hasta el punto de que aunque lo que se haga sea en sí mismo bueno (p. e. comunicar algo verdadero) la acción resulta mala si lo que se busca es ofender o causar sufrimiento a otro. Un fin bueno no justifica acciones en sí mismas inmorales: no es lícito hacer el mal para obtener un bien.

La intención que se persigue, el finis operantis, es pues un parámetro esencial de la moralidad de los actos humanos.
Las intenciones, además, expresan el talante moral de cada persona, su disposición habitual con respecto al bien. Por eso las intenciones pueden revelar lo que uno ha elegido como ideal o sentido de su vida. Una persona buena suele proponerse objetivos buenos, una persona que “pasa” de la moral, acepta con facilidad motivos éticamente inadmisibles cuando le conviene.

El objeto de la acción externa (el finis operis o intencionalidad de la acción, que también se conoce por el nombre de objeto moral de la acción) depende de la acción misma y no de la voluntad; ésta puede sólo elegirla. P. e. 10 mg. de morfina definen una cura analgésica, 1000 mg. en cambio una acción eutanásica. Es posible elegir entre una u otra, pero es evidente que, quien lo hace sabiendo el efecto que produce cada dosis, elige aliviar o matar. Si suministra la dosis letal, puede hacerlo con buena intención (p. e. poner fin a sufrimientos atroces), pero la intencionalidad de su acción es homicida: objetivamente comete un asesinato.

La determinación del objeto moral no siempre es cosa sencilla. Para empezar no se debe confundir el acto físico con el acto moral, o, como se decía antes, el genus naturae con el genus moris. Inyectar morfina, cualquiera que sea la dosis, es un acto físico (genus naturae) que se convierte en moral (entra en el genus moris) sólo en el momento en que es elegido y por los motivos que es elegido: si el intento es sólo aliviar se optará por una dosis que produzca ese efecto, pero si se quiere poner fin a la vida de un paciente a petición suya se optará por una dosis letal.

En general el objeto moral coincide con el efecto propio e inmediato de la acción, es la intencionalidad propia de esa acción, y en esto se diferencia de la intención, que suele apuntar al resultado final.

P. e., el efecto inmediato de la limosna es aliviar a una persona necesitada donándole dinero, alimentos, etc. Regalar dinero p. e. a un oficial administrativo o a un pariente, tiene un efecto inmediato diverso al de la limosna: puede corromper a un funcionario o puede manifestar afecto a una persona querida.

La sola acción física – dar dinero – no basta, pues, para definir la moralidad de la acción. P. e., la contracepción implica una unión conyugal a la que se ha privado deliberadamente de su eficacia procreativa mediante un artificio (píldora, preservativo, etc.). Por eso un acto conyugal en los periodos de infertilidad, desde el punto de vista moral, en sí mismo no es un acto contraceptivo.

Igualmente, el acto clínico de retirar la respiración mecánica a un enfermo terminal en sí mismo no significa eutanasia, pues es posible que tal acto sea el único modo de evitar el ensañamiento terapéutico.

Finalmente, todo acto moral va acompañado de una serie de circunstancias que no definen la acción pero que tampoco son indiferentes para su valoración moral: quien sustrae un bien ajeno sólo por eso es un ladrón, independientemente de la cosa o de la cantidad robada. Sin embargo, estos últimos elementos circunstanciales tienen un claro significado moral adicional: apropiarse de un Mercedes o de millón de euros no es lo mismo que sustraer un billete de autobús.

Las circunstancias son identificables porque, no siendo esenciales a la acción, le confieren mayor o menor gravedad. P. e.: la pérdida de embriones no define moralmente la Fivet, pero agrava la malicia moral del recurso a la fecundación extracorporea; la difamación consiste en hacer públicas sin motivo justificado las faltas de una persona, pero es evidente que es una injusticia más reprobable cuando el difamador goza de la confianza del difamado o está obligado a guardar reserva (médico, abogado, etc.).

En conclusión, la moralidad del acto humano se determina a través del fin del agente (fin o intención), de la acción que se elige (objeto moral) y de las circunstancias que acompañan a la acción. Esos tres parámetros constituyen lo que se denominan tradicionalmente “fuentes de la moralidad”. La moralidad depende principalmente del objeto de la acción voluntaria, es decir, del efecto propio e inmediato de la acción y que constituye además el motivo (finis operis, el objeto moral de la acción) por el que la persona elige precisamente esa acción y no otra, para conseguir finalmente lo que se propone (fin o intención, finis operantis).

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