Un mar sin orillas

Aprender a querer. No endurezcáis vuestro corazón, de Jaime Sanz Santacruz

Ikigai es un concepto japonés que significa el placer de vivir, encontrar aquello que da sentido a nuestra vida. Es decir: descubrir los elementos y capacidades necesarias para encontrarnos con nosotros mismos y estar en armonía con nuestro entorno. Por tanto, buscar el ikigai es averiguar el camino que lleva a nuestra felicidad.

Eso es lo que pretenden ayudar descubrir estas páginas. Hay un ikigai en cada uno de nosotros, una capacidad infinita de amar que Dios ha puesto en cada alma, y que hemos de saber desarrollar al máximo para ser felices.

Cuando observamos la realidad, el mundo que nos rodea, vemos que hay un déficit tremendo de cariño. No sabemos querer, o nos cuesta mucho demostrarlo. Con frecuencia, descubrimos que las personas que conviven con nosotros no se sienten queridas. Los matrimonios se rompen, la gente no encuentra el amor de su vida, pocas personas deciden entregar su vida a Dios y a los demás con una vocación de servicio. Adolescentes y niños padecen crisis de cariño, hay muchos niños que son abandonados nada más nacer y otros muchos que no llegan ni siquiera a ver la luz del día. La cultura de la muerte se ha ido instalando, y cada vez con más fuerza en nuestra sociedad.

Todo esto podría abrumarnos, pero no hay que olvidar que el hombre tiene una capacidad casi infinita de buscar el bien y la verdad y aumenta el número de personas que se dan cuenta de que esta cultura no llena, que deja en el alma un profundo vacío que hay que llenar de amor, de verdad y de bien.

Éste no pretende ser un manual sobre el amor. El autor se conforma con dar algunas pautas para mejorar nuestro modo de querer, en este mundo en el que tanto se habla sobre este tema y donde, sin embargo, lo echamos tanto en falta.

Como dice Mons. Iceta en el prólogo, en nuestros días son comunes las heridas del amor, las cuales dejan un dolor grande en quienes las sufren, cuando no secuelas psicológicas. Con toda probabilidad, no necesitamos salir de nuestra propia familia o entorno para percibirlas.

Al final del libro el autor propone llevar a cabo la revolución del cariño. En este sentido, no puedo menos que compartir con él que los cristianos tenemos que llevar a cabo esta revolución. Nadie sabe tanto del amor como los hombres y mujeres que tienen verdadera fe. Además, el amor ha de ser “el distintivo” de los discípulos de Jesucristo. Si nos fijamos en el modo en que Jesús trata a su familia, a sus apóstoles, a sus amigos y a cuantos se cruzaron en su vida, aprenderemos a querer y evitaremos que nuestro corazón se endurezca. Los cristianos tenemos que ser maestros en el amor. Nadie mejor que nosotros, los hombres y las mujeres de fe, para saber tanto del amor, porque hemos sido amados primero y nos sabemos amados en todo momento por el inventor del Amor.

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